Carta de Mavrogenia a las damas francesas. Traducción de Juana Manso

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La siguiente carta de Manto Mavrogenous, figura emblemática de la independencia griega, fue publicada en París en 1825 en la edición  Mavrogenie: Ou, L’Héroïne de la Grèce, de J. F. Ginouvier. Gracias a la traducción de Juana Manso (1836) , este texto circuló en el Río de la Plata como un ejemplo del espíritu que anima a las mujeres cuando participan activamente en las causas de la libertad. Su voz apasionada, dirigida a las francesas, conserva aún hoy una fuerza sorprendente.

CARTA DE MAVROGENIA A LAS DAMAS FRANCESAS

Una simple joven, educada sobre una roca, alimentada en la aflicción y no respirando más que patriotismo, ¿podrá ser escuchada de unas Damas sumergidas en las delicias de la vida, rodeadas desde su infancia de todos los prodigios del espíritu humano adornadas por el lujo, divertidas por las artes, acostumbradas a la elegancia de las maneras y al aticismo del discurso? ¿Tanto contraste en nuestras habitudes dejará alguna semejanza a nuestro pensamiento y a nuestro lenguaje? ¿No me haré ridícula hablando de la revolución de mi Cara Patria a unas mujeres que solo se ocupan de las modas? sin embargo, ¿me habrán prevenido contra vosotras amables francesas? Cuando combatía en los campos de la Phócida dos hombres que combatieron cerca de vosotras me hablaron de vuestras costumbres; yo las debí encontrar extrañas y por lo tanto me recreé en su frivolidad. Empero me lisonjeo habréis sido juzgadas por las apariencias y que no habrán descendido al fondo de vuestro corazón. Él debe ser compasivo y sensible como el de toda mujer leal y generosa, como el de todo francés, para haceros justicia es que a vosotras me dirijo a pesar de un resto de desconfianza.

En la Constitución política de Francia todo se delibera en discusiones públicas por el gran número de ciudadanos que por sus opiniones siguen la marcha del gobierno; en un estado semejante las mujeres pueden ejercer una secreta influencia e inspirar resoluciones generosas. Mas ¡Ah! graciosas Damas, vuestras costumbres destruyen en vosotras el instigante poder de las grandes acciones. No tengo la vanidad de citarme por modelo a lo selecto de mi sexo. El amor a mi país, la adhesión a mi religión, y la sed de una justa venganza, han exaltado mi alma inspirándome la pasión de los combates. Yo deseo un día de batalla como vosotras suspiráis por la hora del baile. Nada hay de común entre nosotros sino los dones que nos ha prodigado la naturaleza diferenciándonos hasta en el uso que de ellos hacemos: vosotras en la sociedad contrariáis su destino constituyéndoos seres pasivos; yo más dichosa; los he empleado necesaria y legítimamente: ellos me han traído los homenajes de la gloria e inmensos favores. Esta sensible diferencia en nuestra situación es el fruto de una educación diametralmente opuesta. Vosotros habéis tenido por maestros profesores de música y canto; yo solo he tenido por preceptor a la naturaleza y a un sabio. Los unos os han enseñado a dar soltura al talle y elegancia a los movimientos. Otros os han modulado la voz en tonos melodiosos, dándoos una dulzura e inflexión penetrantes, otros os han asegurado realcéis vuestras gracias para atraeros mil adoradores; nada más. Mi respetable instructor, al contrario: ha dejado a la naturaleza perfeccionar su obra, y repitiéndome siempre que mis gracias realzadas por el adorno conquistarían a la patria fieles servidores.

Ahí no veis en los hombres sino admiradores de vuestras perfecciones; yo he hecho columnas para mi país; los habéis encadenado a vuestro carro para ofuscarlos con vuestros encantos; yo los he atado al mío para hacerlos volar a la gloria. Mis adoradores se han hecho hombres mientras los vuestros han permanecido esclavos; empero como pueden ser otra cosa obedeciéndoos. Vuestras voluntades son caprichos y vuestro gusto fantasías; el patriotismo es un sentimiento incómodo a vuestro corazón, su nombre solo os da jaqueca, y si tuvierais que seguir sus dogmas tendríais vapores. Así en Francia el amor está destituido de sus más nobles alicientes; se escuchan suspiros lánguidos; empero a veces se mira el desenfreno. Se arrastra en los paseos, en los salones, en los espectáculos, y también se agita en los retretes, sin embargo, no se le ve jamás en medio de los consejos inspirar la pasión del bien público y las resoluciones patrióticas. Poco se mira en los escritorios inspirar una ley del desinterés, ni en la carrera de las armas ordenar la probidad de los administradores. La mayor parte de vuestros hombres de estado conspiran contra el mismo que los sostiene, pero jamás una voz encantadora les recuerda que deben ser buenos y fieles ciudadanos; así son ellos malos ministros y nada íntegros magistrados.

Yo me figuro vuestra cámara de diputación, dividida en dos alas, de una parte, a otra de la sala. Veo algunos hombres desinteresados; ellos aman la causa de la justicia y de la religión, y deben hacer votos por el triunfo de los griegos; ellos han levantado su voz, empero ha sido extinta por el mayor número; estos están hacia el centro o un poco después. Estos últimos, estoy segura, que jamás han notado en el corazón de sus mujeres la nobleza de los sentimientos, siendo así menor su falta que la de las beldades que los rodean. ¿Por qué no los hacéis ruborizarse de las viles complacencias con que se enriquecen a costa de su honor por un poder efímero señalándose en la posteridad con menosprecio? ¿Por qué en los desahogos del amor o de la amistad no les hacen oír un acento al mismo tiempo que suplicante imperioso y del que ningún hombre puede resistirse? Me dirán que el sórdido interés y el estéril egoísmo vive en sus almas, que el deseo de la riqueza es el móvil capaz de mover sus sentidos y que prefieren la comida de un ministro a todos los favores de una Erudiza; pero yo les respondo por mi experiencia en Micona, en Eube, y en la Phocida que he fundado el interés personal y el amor a los placeres en el de la Patria, y más de un joven voluptuoso, más de un cobarde egoísta, más de un viejo y avaro magistrado, he transformado con una sola palabra, con una sola sonrisa, entusiasta y fiel. Diré más: no hay un griego que me haya visto, que no quedase rendido y encadenado y yo les he pedido por prueba de su amor el celo más resuelto por la independencia de la Patria.

Creedme bellas y agradables damas, vuestros hechizos, son la verdadera ancla que pueda levantar y arrojar a los lejos la masa funesta que amenaza pesar sobre la especie humana; sois seductoras, vuestros espíritus están adornados de preciosos talentos, numerosos adoradores os rodean, vuestra vanidad está satisfecha; esforzaos en excitar un noble orgullo. ¡¡Es tan dulce ser idolatrada por un hombre ocupado de la gloria de su país y cuya alma sea elevada!! Desdeñad esos fatuos a quienes llamáis petimetres; seres que arrastran una vida vergonzosa en medio de tristes placeres, menospreciad sus brillantes bribonadas dejándolos pavonearse en su tonta nulidad. No obstante, si suspiran agregad al amor la pasión del honor nacional. Ordenad a todos los que vayan a quemar inciensos en vuestros altares, empleen sus cuidados en los negocios políticos y decidles en fin que esos son los más gratos homenajes que pueden rendiros. Así tan economizadoras como desinteresadas no acordéis nada, no pidáis nada que no tenga por objeto algún favor a vuestra patria; que una de vuestra mirada sea el premio de una generosa fidelidad, un suspiro la recompensa de. una hermosa acción. En lugar de emplear vuestras zalamerías para obtener una brillante carroza que deslumbre en un paseo o eclipse el equipaje de una rival. Dad a un padre, a un esposo o a un amigo, una idea que llevada con calor en el consejo haga brillar el honor de vuestra nación; pedidles que hablen en favor de los griegos; más bien que no el que os acompañen a casa de una modista, y en nombre de la humanidad, sed más diligentes en hacerlos tomar una resolución honrosa que no en estrecharlos para que os traigan un chal de cachemira.

Los griegos nacidos para la libertad no quieren deberla a nadie sino a ellos mismos; así yo no imploro que dispongáis a vuestros compatriotas a que nos envíen socorros, y solamente no ayuden al enemigo. La santa alianza se propuso sostener la legitimidad de los Príncipes Cristianos. El Sultán es un Príncipe infiel y jamás ha sido Soberano Legítimo. La Puerta Otomana no ha ejercido hasta aquí sobre nosotros sino el derecho de la espada, la Grecia no la ha poseído sino por el derecho de conquistador y la conquista debe libertarla.

Entretanto ved la guerra pasear la muerte en nuestras campañas desoladas, ved en nuestras ciudades el duelo de las familias: una madre llorando, un hijo muerto en los combates o una hija ultrajada y entregada a la esclavitud. Ved esa esposa sentada en su cabaña esperar bañada en lágrimas la vuelta del esposo que ha visto partir por el mañana cubierto de sus armas; ya no volverá; el turco lo ha sacrificado. ¡Ved esos niños echados sobre una piedra, pedir al pasajero el padre que ha caído bajo los golpes de los bárbaros y a su madre que acaba de espirar de dolor! ¿Lloráis generosas francesas? He bien, olvidad un instante vuestros gustosos placeres y solicitad el fin de nuestras miserias. Nosotros hemos, es verdad, teñido nuestros campos con la sangre del enemigo, empero está mezclada con la de los nuestros; sabemos vencer, pero a costa de mil males, y mientras que nuestras frentes se ciñen de laureles nuestros corazones yacen sumergidos en Ja amargura, las lágrimas inundan los triunfos y nuestra victoria es siempre lúgubre.

Haced, pues, ¡O poderosas mujeres! ¡haced que gustemos en fin las dulzuras de la paz unidas a las de la libertad! Que los soldados franceses no vengan a manchar sus armas, y que no sean jamás los hijos del país de las artes y de las victorias, los que ayuden a sumergir en una horrorosa esclavitud la tierra de los Leónidas y de los Eurípides. Sí, yo lo espero, la Francia no intervendrá en nuestros debates con los bárbaros sino para hacer cesar una lucha tan sangrienta. Nueva Roma proclamará la libertad de Grecia y continuará el rol inmortal que ha mantenido desde la independencia del Norte de América; ella se mantendrá en el primer rango de las naciones, en ese rango á que está elevada y al que es acreedora por tantos títulos y la que una política vil no podrá deslucir. Así las aclamaciones de la cuna de los Helenos regenerada, saludará a la Francia como a la árbitra del mundo y dispensadora de la libertad temporal de los pueblos.

        Original. LEER

Novela completa Mavrogenia ó la heroína de Grecia 

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