Táhirih y Juana Manso: heroínas de la emancipación de la mujer

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Este artículo presenta a Táhirih y Juana Manso, dos mujeres del siglo XIX situadas en orillas culturales diferentes —Oriente y Occidente— pero unidas por una misma voluntad de emancipación. A través de sus gestos intelectuales, sus escritos y sus decisiones públicas, ambas desafiaron las normas de su tiempo con una audacia que sigue irradiando sentido en nuestro presente. Sus voces, distantes en geografía y tradición, convergen en una aspiración compartida: abrir caminos de libertad para las mujeres.

                “Podéis matarme tan pronto como queráis, pero no podréis detener la emancipación de la mujer”.  — Táhirih   

La historia del siglo XIX está marcada por mujeres que, aun rodeadas de restricciones sociales, religiosas y políticas, encontraron modos de intervenir públicamente y reclamar un lugar propio. Entre ellas, Táhirih —poeta y teóloga persa— y Juana Manso —escritora, periodista y educadora argentina— representan dos figuras luminosas cuyo legado, aunque surgido en contextos muy distintos, comparte una fuerza común: la convicción de que la palabra puede abrir horizontes de libertad.

Este texto propone un cruce entre ambas. Una lectura en paralelo que busca iluminar cómo, desde mundos aparentemente inconciliables, hicieron de su vida un acto de convicción y pensamiento.

Táhirih: la voz que abrió una era

Táhirih (1814–1852), nacida en Qazvín, en el corazón de Persia, creció en un entorno religioso erudito que le permitió acceder a estudios teológicos, privilegio excepcional para una mujer de su tiempo. Su adhesión al movimiento babí y su interpretación radical de los textos sagrados marcaron un giro decisivo: empezó a enseñar, a escribir y a sostener públicamente la necesidad de liberar a las mujeres de las ataduras impuestas por tradición y poder.

Su gesto más audaz fue quitarse el velo en una asamblea masculina. Ese acto —poético, político, profético— provocó escándalo y devoción, y selló su destino. Condenada a muerte, enfrentó su final con una serenidad que se volvió símbolo universal de emancipación femenina.

Para Táhirih, la libertad no era solo una causa: era un mandato espiritual y un destino inevitable.

Táhirih —“La Pura”— se llamaba en realidad Fátimih Baraghání. Nació hacia 1817-1819 en Qazvin, al norte de Irán, en el seno de una prominente familia de teólogos islámicos. Su padre, sorprendido por su inteligencia, la educó con dedicación: la instruyó en teología coránica y le brindó maestros de literatura y escritura. Muy joven ya era reconocida como poeta, admirada por su erudición, elocuencia, su belleza y carácter.

Se le permitió enseñar a mujeres —en su mayoría analfabetas— y participar en debates teológicos, aunque siempre oculta tras una cortina. Su padre habría deseado, quizás, que no fuera mujer.

A los trece años la casaron con un primo; nacieron tres hijos, pero no fue un matrimonio feliz. Su espíritu se orientaba hacia una búsqueda religiosa que anunciaba la venida de un nuevo Mensajero. Comenzó a cartearse con Siyyid Kazim, místico y teólogo de Karbilá, quien la llamó Qurrát’ul-Ayn (“Solaz de mis ojos”). La familia reaccionó con violencia: muchas de sus ideas desafiaban tradiciones consolidadas y resultaban escandalosas.

Finalmente, Táhirih obtuvo permiso para viajar en peregrinación a Karbilá y Najaf. Se separó de su esposo —que luego sería su enemigo— y emprendió el viaje. Llegó a Karbilá en 1843, cuando su maestro ya había muerto. Lejos de resignarse, profundizó su estudio y su vida espiritual.

A través de un sueño reconoció la misión de Siyyid `Alí-Muhammad, el Báb (“La Puerta”), quien anunciaba una renovación del Islam y la venida de una nueva Manifestación Divina. Sin conocerla, el Báb la aceptó entre los primeros dieciocho discípulos, las “Letras del Viviente”.

Desde entonces, Táhirih dedicó su vida a difundir la nueva Revelación. Mediante discursos, poemas y alegatos conquistó seguidores persas y árabes. En la Conferencia de Badasht quitó públicamente el velo ante sus compañeros, proclamando el inicio de una nueva era religiosa. El gesto fue tan audaz que uno de los presentes se quitó la vida al ver su rostro descubierto. En esa ocasión recibió el nombre con el que pasaría a la historia: Táhirih, “La Pura”.

La reacción fue feroz. Los bábís fueron perseguidos por el clero y el gobierno persa: encarcelados, asesinados, torturados. Táhirih fue apedreada, desterrada, anatematizada. Su propio esposo trató de envenenarla. El Shah intentó hacerla retractarse; ella respondió con palabras del Corán: “Yo no adoro a quien tú adoras… Permite que adore yo a quien quiera y adora tú a quien tú quieras”.

Finalmente fue ejecutada. Se bañó con agua de rosas, vistió ropas blancas y se presentó serena. Fue estrangulada con su pañuelo de seda y enterrada en un pozo, tal como había pedido. Tenía 35 años. Antes de morir pronunció su célebre frase, que aún resuena como un llamado a la libertad.

Sobre ella escribió Edward G. Browne, orientalista de Cambridge:

“La aparición de una mujer como Táhiri en cualquier país y en cualquier época, es un fenómeno desusado, pero en un país como Irán, es un prodigio…aún más, casi un milagro. Tanto por su maravillosa belleza, sus excepcionales dotes intelectuales, su ferviente elocuencia, su intrépida devoción y su glorioso martirio, ella se destaca incomparable e inmortal entre sus conciudadanas. Si la religión del Báb no tuviese otro título de grandeza, habría bastado éste, que produjo una heroína como Qurratu´l-Ayn (Táhiri)”.

Juana Manso: una conciencia despierta en América

Miremos ahora hacia Occidente, hacia la lejana Sudamérica. Aunque la vida de Juana Manso no tuvo el dramatismo ni la dimensión espiritual de Táhirih, ambas comparten un mismo impulso emancipador.

Juana Manso nació en Buenos Aires en 1819. Su padre, ingeniero andaluz y entusiasta defensor de los ideales de Mayo, le dio una educación poco común para una niña de la época. Juana devoraba libros, aprendía idiomas por sí misma, escribía poemas y estudiaba música. A los trece años tradujo dos novelas del francés que su padre publicó en Buenos Aires y Montevideo.

Por su afinidad a las ideas unitarias, su familia se exilió en Montevideo durante la dictadura de Rosas. Allí Juana abrió una escuela para niñas e introdujo métodos innovadores. Participó en debates estéticos, publicó poemas y se integró a los círculos intelectuales del exilio.

Más tarde volvieron a exiliarse, esta vez en Río de Janeiro. Abrió otra escuela, dio clases de idiomas y luego regresó a Montevideo, donde fue nombrada directora de una escuela de niñas. Se vinculó con los emigrados italianos y les dedicó un extenso poema por la libertad de Italia..

De regreso en Río conoció al músico portugués Francisco de Sá Noronha, con quien se casó tres meses después. Viajaron por Brasil, Estados Unidos y Cuba. Tuvieron dos hijas. Juana escribió artículos, novelas, dramas y letras para las composiciones de su esposo. Fundó el Jornal das Senhoras, un periódico pionero en la defensa de la educación y la emancipación femenina. Tras el abandono de su marido, debió sostener sola a sus hijas.

En 1853, tras la caída de Rosas, regresó a Buenos Aires. Fundó el periódico para mujeres Álbum de Señoritas, escribió sobre la emancipación de la mujer, la educación popular, la libertad religiosa y la defensa del indígena. Publicó como folletín su novela antiesclavista La familia del Comendador. La hostilidad del medio porteño la llevó nuevamente a Brasil.

En Río participó en la vida teatral como actriz, dramaturga y directora. Luego de nuevas crisis y giras, volvió definitivamente a Buenos Aires en 1859. Conoció a Sarmiento, quien la nombró directora de la Primera Escuela Mixta. Fue pionera en conferencias públicas, en pedagogía, en periodismo educativo. Dirigió Anales de la Educación Común hasta su muerte, difundiendo traducciones y propuestas innovadoras para una educación popular, gratuita, científica, mixta y universal.

Juana enfrentó burlas, hostilidad, violencia y aislamiento. Apedrearon sus conferencias, la ridiculizaron, le lanzaron asafétida. Nada la detuvo.

Murió enferma y pobre, a los 55 años. Convertida al protestantismo, se negó a recibir los sacramentos católicos. Tras dos días, fue enterrada en el cementerio británico. Su amigo el pastor W. D. Junor, prpone el siguiente epitafio:

“Aquí yace una argentina que, en medio de la noche de indiferentismo que envolvía a su patria, prefirió ser enterrada entre extranjeros antes que dejar profanar el santuario de su conciencia.”

Un puente entre Oriente y Occidente

Nacidas en la misma época, Táhirih y Juana Manso recibieron una educación excepcional para su tiempo y se destacaron desde jóvenes por su inteligencia, sensibilidad y dedicación. Ambas fueron lectoras incansables, escritoras, educadoras; ambas situaron la igualdad y la dignidad de la mujer en el centro de sus vidas.

Esposas y madres, no renunciaron a sus convicciones. Vivieron para una causa y pagaron un precio alto. Rompieron moldes, desafiaron dogmas, cuestionaron poderes. Confiaban en el progreso humano, en la educación como fuerza transformadora, en un horizonte donde se disolvieran los prejuicios sociales, raciales y religiosos.

Su espiritualidad también las unía: Táhirih, desde la renovación religiosa anunciada por el Báb; Juana, desde un cristianismo libre de dogmas y ataduras institucionales.

Aunque separadas por idioma, geografía y tradición, ambas compartieron una misma forma de valentía: hacerse oír en un mundo que les exigía silencio. Ambas usaron la palabra —poética, teológica, pedagógica, periodística— como instrumento de transformación.

La comparación revela un territorio común: la emancipación femenina no nació de un único centro ni de una sola tradición; surgió simultáneamente en distintas culturas, como respuesta humana fundamental ante la injusticia.

Este puente —entre Persia y el Río de la Plata— permite leer dos vidas que, sin conocerse, se responden.

Dos mujeres del siglo XIX, dos conciencias luminosas que unieron Oriente y Occidente en un mismo ideal: la emancipación de la mujer y la elevación espiritual y moral de la humanidad.

Para acercar al lector la voz íntima de estas dos mujeres, incluimos a continuación un poema de Juana Manso y otro de Táhiri.  Dos miradas distantes en el mapa, pero profundamente hermanadas en su sensibilidad.

Táhirih — Si sólo una vez

Y si sólo una vez mis ojos
contemplasen, al amanecer o al ocaso,
Tu rostro todo acongojado
y acosado por el temor,
mis lágrimas con gusto mostrarían
un amor que ni hombres ni ángeles conocen.
Y de la soledad de mi corazón,
cuando a Ti y a mí la eternidad nos separe,
mi llanto como sangre correría.
O como oscuro torrente que se hunde en mi alma,
o cristalino manantial que borbotea
       de una cueva en la montaña,
o río que se precipita a su meta,
el silencioso océano, a cuyas olas todo río corre,
las aguas de mi vida fluirían.

Y yo, ansiando contemplar Tu faz,
sobre las brisas muníficas vendría,
hálito de espíritu que me lleva presto
a buscarte en cada hogar,
en cada puerta, en cada cuarto,
en calle estrecha y en mercado.
Ansío degustar con lengua almibarada,
el almizcle y ámbar de Tu boca perfumada,
besar la fragancia de Tus labios aromados
que, como capullo de rosa que se abre,
mirra e incienso distribuyen,
para sepultar invierno y verano despertar,
trayendo cálidos céfiros del suave sur.

Tus ojos como halcones reales cayeron,
sobre el gorrión de mi trémulo corazón,
Y el infierno y el paraíso desgajados fueron,
mientras tierra y cielo en mi alma batallaron.
¿Quién esa repentina, infinita caída evitaría?
¿Qué alas el arte de volar recordar podrían?
¿Qué ojo, en ese instante, el día de la noche,
      distinguir podrían?
¿O relatar pudiera, como la tierra y el firmamento,
el cielo y el infierno,
    al yo caer, se unían
como la vida y la muerte, en un solo hálito,
    en las entrañas moran?

Ven. Téjeme suavemente en Tu telar dorado,
Con suaves, suaves rayos de luz alborada.
Hilos de oro y plata trae,
y rayos de luna tejidos con el manto de la noche,
para ligar las desgarradas y rotas hebras
que mi corazón, otrora, con dedos sangrantes tejió
sobre el bastidor del sufrimiento,
Entre la urdimbre y la trama del amor.

Aún con dorada y bella verba
escrita sobre las páginas de mi corazón,
loe Tus almibarados labios y fragante pelo,
no obstante, mi arte todo, jamás desgarrar podría
los enceguecedores velos de la prolación.
Aún cuando con maravilloso canto entone
Alabanzas de ese amante Amigo,
éstas páginas verso alguno mío llevan
y ver podrás. Si sólo lo miráis,
nada que no sea huella de
Su evanescente Pluma.

En el reino de tu amor

En el reino de tu amor subsisto,
aún cuando nadie me socorra.
Contempla Tú este vagabundo,
¡Oh Rey de gloria y majestad!
¿Qué pecado fue mío que al fin,
del misterio de Tu amor fui expulsado?

Por mi crimen, a cada instante
nueva calamidad soporto.
No obstante que la paciencia del amor es signo ¿cuánto tiempo debo, exilado, desfallecer?.

Cual sonoras cañas, éstas mis cadenas,
de mi miseria la historia relatan.
Mentes nada son ante Tu esencia,
muerto ha toda alma al pensar en Ti,
el camino nadie halla, aunque todos buscan
el sendero de tu sublimidad.

De Oriente soplan brisas con noticias
de suspiros de amantes Tuyos,
de rostros pálidos y demacrados ojos.
¿No les mostrarás clemencia?
¿En la alborada, hacia mi lecho, qué amorosos pasos guías?

Sobre alas de constancia, con anhelo a Tu lado vuelo.
Si del tiempo y lugar arrancar quisieras,
pon tan sólo a este mundo Tu faz.
¿Qué es la vida en este bajo orbe,
cuando Tú obsequias la eternidad?

Root, Martha. (1977). Táhirih. Poetisa y Mártir. Editor Dr. Alejandro Reid. Santiago de Chile.

Juana Manso — Melodía bíblica

Y no apartes tu rostro de tu siervo porque
estoy atribulado. Óyeme prontamente.

      David Salmo LXVIII

Vengo de hablar a Dios en ese idioma,
Que espontáneo revela el sufrimiento
Cuando el llanto á los ojos nos asoma
Es porque hay en el alma algún tormento.

He pedido al Señor en mi oración
Un poco de paciencia solamente
Valor para sufrir resignación
Paz á mi corazón – Calma a mi mente

Nada más le pedí, que a nada más aspiro
Nada busco mi Dios sino tu gracia
Pues me das hasta el aire que respiro.

Tórnase superior á mi desgracia
Y ya que en esta vida transitoria
Hay solo deslealtad é ingratitud
Y es sueño la amistad, vapor la gloria
Estéril la bondad y la virtud

Concédeme Señor el bien que anhelo
Para vivir serena, indiferente
Y fijando mis ojos en el cielo
Pasar invulnerable entre la gente

Publicado en La Tribuna, 6 de julio de 1866 N°3734

María De Giorgio

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