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Mujeres ilustres de la América del Sud. Prólogo/ Juana Manso, 1864

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Queridas lectoras, al comunicaros el pensamiento que acaricio ha tiempo, he abierto mi compromiso conmigo misma y con el público.

¿Creéis ya por ventura que cuento con una provisión de materiales necesarios a la construcción de mi obra? Nada de eso.

Mi empresa es nada menos que una verdadera peregrinación al país de lo desconocido.

Que mal grado nuestra deficiente educación, han habido mujeres notables, ilustres mismo, en todo el transcurso de nuestra revolución, es innegable; pero que el trabajo que vamos a emprender es arduo, nadie puede desconocerlo desde que nos faltan los elementos más necesarios: la Historia cuyos cimientos recién han abierto Mitre y Domínguez; las leyendas o novelas históricas que no tenemos; resta la lápida de una tumba, donde entre dos fechas inflexibles, ha corrido una vida, por lo general, saturada siempre de amargura; resta la tradición oral, adulterada o desfigurada al pasar por tantas bocas que ya suprimen un hecho, ya aumentan y recargan el colorido de ciertos cuadros.

¿Qué resultará de todos estos inconvenientes con que vamos a luchar? con que vamos á luchar? ¿Iremos hasta el fin? o tendremos que cruzar los brazos y parando a medio camino, exclamar con el infortunado Cuenca:

Quédale en blanco el preparado lino;

¡En blanco el libro que sus sueños fue!

Rota la pluma, y el pincel divino,

Falto su pecho de esperanza y él.

¿Vivirán las páginas que vamos a trazar tanto como La Flor del Aire? o hará de ellas un libro el porvenir? Ahí está el inconveniente de no haber nacido adivina.

Vamos a comenzar nuestro trabajo por las Mujeres de Buenos Aires; nos es más fácil, y poco a poco salvaremos la pampa y transpondremos los Andes, caminando con el pensamiento hasta el confín de nuestro continente.

Antes de todo, es preciso entendernos sobre un punto capital.

Nosotros no contamos las Sévigné, las Cottin, las Genlis, las Stael, las Roland, las Girardin por docenas: en la esfera del pensamiento y de la ciencia, no busquéis la mujer en la América del Sud.

Nuestra sociedad, o antes la preocupación añeja, la costumbre rancia, ha multiplicado la mujer no cultivando su inteligencia.

En los bienaventurados tiempos de la colonia, era malo que las mujeres aprendiesen a escribir.

Después de la instalación de las Escuelas Patrias y de la Sociedad de Beneficencia, la educación de la mujer ha hecho sus primeros pininos. No falta Doctor que diga, con toda seriedad, «¡que la mujer debe de tener buena letra, para que el apunte de la ropa lavada se entienda bien!»

¡El Indispensable o libro del lavado que publica la librería de la Unión nos ahorra la molestia de adquirir una buena forma de letra con ese objeto!

No esperéis pues, lectoras, que os vaya a desentrañar por ahí mujeres filósofos, poetisas, políticas, diplomáticas, artistas, etc.

No tenemos pues, sino como excepción, alguna poetisa, perdida entre las sombras del arcano; nuestras mujeres ilustres son madres, esposas, hijas o amantes; es decir, la mujer sentimental, que por la sola riqueza de su organización se ha mostrado superior a la vulgaridad.

Entre los sueños confusos de la infancia, recuerdo haber tenido entre las manos, un librito con estampas que contenía rasgos heroicos de mujeres que se habían distinguido durante la guerra de la independencia; pero francamente, lectoras no soy partidaria de la mujer-soldado. Comprendo el heroísmo moral en una mujer, pero el heroísmo físico, no. Una mujer que sabe tirar al blanco y jugar al florete, para mi es un problema de álgebra, cosa que no entiendo ni jota.

Sin embargo, cuando el amor patrio en su paroxismo de exaltación, nos presente alguna, como creo abundaron en Cochabamba, la colocaremos en la galería de ilustraciones: si Dios nos ha negado esa prenda, no es motivo para desconocer que la Historia inmortaliza una Juana de Arco o una Mavrogenia, y que de cualquier modo que se adquiera la gloria, será siempre un título a la posteridad agradecida.

Así pues, manos a la obra, prestemos el oído a la tradición popular, arranquemos al polvo de sus secretos, y reconstruyamos por el arte, lo que la esponja de la muerte borró del libro de la vida. Dios sea con nosotros.

DOLORES

Seudónimo de Juana Manso,

La Flor del Aire, Buenos Aires, Marzo 10 de 1864, N°2.

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