Cristóbal Colón, joven aún y desconocido en el mundo, pero ya preocupado del proyecto de su expedición, iba de Portugal a España, de España a Italia, diciendo a los reyes y a los poderosos, sus esperanzas y sus deseos.
Para un corto número de individuos, Colón era un hombre de genio, para el vulgo no pasaba de un loco…. Fatigado de arrastrarse inútilmente de pueblo en pueblo y de corte en corte volvía por última vez a España, y en una noche oscura y lluviosa de invierno, Colón llamó a la puerta del convento de Santa María de Rábida, donde pidió hospitalidad: los frailes de San Francisco lo recibieron amigablemente, y el pobre peregrino les hablaba de sus esperanzas más caras.
No fue vana esa confidencia: hombres versados en la geografía y navegación, acogieron sus ideas, y animaron al atrevido explorador, y uno de esos frailes, D. Juan Pérez, hombre importante menos por su posición que por sus virtudes, le ofreció protegerlo y presentarlo al Rey de España, Fernando el Católico.
Álbum de Señoritas, Tomo I, Buenos Aires, Enero 15 de 1854, Núm 3, página 24.