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«Cartas Porteñas»,1865. Moda, baile y patria: una crónica de Juana Manso

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Buenos Aires, 27 de Mayo de 1865.
SUMARIO.—Bailes—Modas—Fiestas Mayas—Miscelánea.
Dos grandes bailes se han dado en estos días: uno en casa del Sr. Sáenz Peña (entrada en el mundo de una niña de quince años), otro en el Club del Progreso. ¡Una tertulia del gran tono por estreno en la vida social! los que hemos cerrado hace tiempo el libro de las ilusiones doradas, saludamos con una misteriosa sonrisa de incredulidad esas vagas promesas de la mañana de la vida. El baile del Club estuvo muy poco concurrido, apenas había cuarenta damas: abundaron los toilettes dorados y plateados, sobresaliendo uno de campanilleas que tocaban a muerte en muchos corazones, yo digo que ha de ser en muchas gargantas, pues no sé por qué extraño quid pro quod suele equivocarse el paladar con el corazón.
Debo a la Moda una rectificación: los últimos figurines traen gorra de mujer y palto-levita de hombre; lo que me parece más picante: esta reunión de los dos sexos en un solo traje, tiene algo de mitológico que recuerda el Agdisto de los Fenicios. Las batas de los vestidos, son fraque-cola de tijereta y las puntas redondas. Conozco un joven que obsequió hace días una de sus amigas, con un fraquecito monísimo de 1790 —fue una galantería de mucho gusto.
¡Una semana de fiestas cívicas! Por cierto que no aboga mucho por los hábitos laboriosos de un pueblo, pero el nuestro ha seguido trabajando como si tal cosa hubiese; decididamente la despreocupación hace progresos!
¡Tradición! ¿qué eres tú sino la poesía del hogar que en el seno de la familia prolonga de siglo a siglo la historia y la leyenda?
Las tradiciones patrias de 1810 van no obstante apagándose de día en día, la prosa tiene el lado ascendente de la escala social que como todos sabemos es doble, pues aunque no sea más que para apretarnos el gorro para el cementerio no hay más remedio que bajar escalón por escalón como los tísicos, o rodar de un golpe como los apopléticos; y a propósito, D. Juan Cano y D. Máximo Elia, dos ricachos, han tenido que hacer su último viaje, sin un centavo para el camino! Pero ¿qué es esto? ¿por dónde voy yo de las fiestas Mayas? No, lectores, no es a la Recoleta a donde pienso llevaros sino a la Plaza de la Victoria.
Usando de nuestro privilegio de cronista, ente anfibio que tiene toda casta de privilegios, retrocedamos al año diez, y aun cuando nos hallásemos por ese tiempo en el estado de la materia increada, poeticemos.
Estamos convenidos en volver 55 años atrás.
Es la alborada de un día frío y salpicado de recias garúas. La plaza-mayor del Buenos Aires de entonces, es un cuadrángulo cenagoso que tiene al Oriente la misma Recova de hoy, al poniente el Cabildo y la Cárcel (no se han movido todavía de su lugar), al norte los cimientos de una Iglesia, hacia la esquina una casa, la de Azcuénaga—del lado Sud, una esquina de Teja, seguida de unos cuantos arcos y después hasta concluir al otro extremo un gran veredón de piedra que se llama «La vereda ancha,» a la mitad de la cuadra un farol que sobresale de la pared y dice «Posada del Sol»—al correr de la vereda ancha unas tiendecillas portátiles de lona que se llaman Bandolas: el que tenga la curiosidad de verlas, concurra a la plaza-vieja en la Habana.

Dibujado el local, veamos qué hay en esa plaza, especie de hueco; os lo diré, lectores: hay grupos de hombres con un lacito de cinta blanca de hilera, atado en el ojal de un capote blanquizco, llámanse sus dueños Manolos—hay otros grupos con cintas blancas y celestes en la copa del sombrero, esos llámanse Chisperos—Unos y otros entran y salen en la Posada del Sol—hay corrillos, diálogos animados, miradas escudriñadoras y furibundas, hacia el Cabildo. ¿De qué se trata? Se trata de que Cisneros no sea Presidente de la Junta—solo de eso— y de que la Junta, especie de quinteto gubernativo, sea compuesta de hijos del país.
Pueblo de Mayo, ¡salud! ¡Generación generosa que formulabas en tu sencilla ignorancia el programa de la Libertad Argentina, y trazabas el primer eslabón del coloniaje, preludiando la Independencia de un Mundo, paz a tu polvo, gloria a tus cenizas! ¡Gratitud eterna a tus esfuerzos, honor a tu memoria!
¡Qué Mayo el de entonces!
¡Qué glorias aquellas!
El día terminó por el triunfo de los criollos y como nada más se me ocurre sobre 1810, bajo el telón.
Otro saltito—Ahora entro yo en escena, tengo cinco años, soy un querubincito rosado y rubio, mi tatita me lleva de la mano corriendo y son las 6 de la mañana del 25 de Mayo de 1825.
¡La ciudad se viene abajo a cohetes, cañonazos, repiques, músicas y gritos!
Rivadavia estaba en la candelera, era gobernador, y patriota del cuño antiguo!
La plaza poco había avanzado del año 10 —solo que en el medio se alzaba una pirámide en conmemoración de la batalla de Salta (1813) y que hasta hoy se llama entre nuestros gauchos «La pirame o Lapiraminis.»
Nuestros padres festejaban a Mayo construyendo templos de lienzo pintado, arcos de triunfo de color celeste y blanco, festones de flores, rifas, calesitas, rompe-cabezas, cucañas, danzas de niños y la canción patria por desayuno.
Como he dicho, yo voy corriendo porque hace frío y porque mi tata no quiere perder el canto de los niños de las Escuelas, ni yo tampoco, que ya me voy ensayando a media voz:
Oíd mortales, el grito sagrado: ¡Libertad, Libertad, Libertad!
No es que yo estuviese en Escuela de la Patria sino que junto con el padre-nuestro se enseñaba en aquel tiempo el Oíd mortales, y a los que hemos nacido después de esa memorable canción nos han mecido en la cuna con ella!… ¡Pero hétenos en la Plaza! ¡qué gentío inmenso! lo principal de la sociedad está allí, ya rompe el Himno, ¡qué estremecimiento recorre aquella multitud! todos los corazones palpitan de emoción, los hombres se quitan el sombrero, las señoras ondulan sus pañuelos al aire… una matrona lleva en su mano la bandera azul; y blanca que agita la brisa de la mañana. «Es Da. Gerónima San Martin» me dice mi padre. ¡Qué religioso respeto, qué entusiasmo sincero! ¿Por qué llora, por qué ríe, por qué aplaude, por qué canta y se estremece enternecido ese pueblo de 1825? Es porque cree en la patria, y venera la tradición de Mayo del que lo separan solo 15 años…. ya hay algunos menos, pero todavía se cuentan episodios de 1810!
El maquinista de la vida, el Tiempo, toca la campanilla y se muda la decoración.
Estamos en el día 25 de Mayo de 1865— El proscenio es siempre la plaza-mayor del año diez, de la Victoria desde 1813.
Al norte se alza una soberbia Catedral seguida de su palacio episcopal: al oriente, la Recova vieja rejuvenecida: al Sud, la Recova nueva que borró la vereda ancha: al occidente, el Cabildo de brasero con la Cárcel.
Árboles y asientos adornan la plaza; aún se ve la porfiada calesita, un tablado para las pruebas, y armazón para los fuegos, diversión tan inocente cuanto estrepitosa.
Una mujer toda vestida de negro, envuelto el rostro en una boa blanca de lana, desemboca por la calle Victoria y empieza a cruzar la plaza. Soy yo, lectores, que he crecido algo, y vengo como en 1825 a oír cantar la canción de la patria por los niños de las escuelas.
Mis cabellos de oro se han vuelto de plata y la mano que en aquel tiempo estrechaba la mía, está hoy helada… yo estoy sola, meditabunda, comparo aquel Mayo con este!
La plaza está desierta, el señorío de Buenos Aires disfruta a esa hora de las dulzuras del calorcito de la mullida cama.
¡Todavía se agrupan las Escuelas en torno a la pirámide, pero en tan escaso número!
Paso por un grupo de mujeres orilleras —«¡Jesús! ¡qué pavada, mujer! esto ya no sirve sino para los muchachos y los gringos.» ¡Oh, Juan Cruz Varela!
Espíritu fatídico suspira
Sobre el Sol de tu Mayo sacrosanto!
Ya nadie intenta preludiar tu lira,
Ya nadie vierte generoso llanto!!!
Yo, lectores, he tenido la preciosa dicha de nacer poeta, ¡nombre humilde de que simboliza la unión hypostática de la mente y del corazón en pugna contra la realidad de la vida!
¡Cruzados los brazos, mis ojos iban de la tierra prosaica y desierta al cielo sereno y azul purísimo!… Yo recordaba los actores del año 10 y las doradas turbas del año 25 y comparaba los grupos indiferentes de extranjeros, burlándose unos, otros riendo de cosas extrañas al día, y tal vez el único corazón desgarrado por los Recuerdos era el mío.
¡Tumba viviente de eclipsadas glorias!
Salí de la plaza más sombría de lo que había entrado, me fui a casa de unas patriotas.
—¿De dónde vienes?
—De la Plaza Victoria.
—Jesús! mujer, ¡qué antigualla!
Me quedé helada.
—Sí, vengo de la Plaza, vengo de pagar ese tributo a las tradiciones de la patria; ¡así me criaron a mí!
Pero, ¡oh témpora, oh mores, se acabó el tiempo de los moros!
En una elocuentísima peroración, mis amigas me convencieron, que la sencillez de estas fiestas públicas, viene muy mal con los progresos de la civilización, que debemos ir poco a poco despojándonos de estas rancias reliquias de la inocencia de nuestros abuelos—que ahora el culto sagrado de la barriga es lo primero, etc. etc. Salí convencida.
El día 26 tuvieron lugar los premios de las escuelas de la Beneficencia en Colón— he observado que los espectáculos gratis son muy concurridos: ahora hasta Mayo del 66—los que vivan.
La lluvia nos ha obsequiado a punto de estar interrumpida la comunicación del polo Norte con el Sud.
Varios jóvenes voluntarios se han disfrazado de militares, mientras no se abre la campaña sobre el Paraguay, ensayando sus proezas en rendir al bello sexo.
Las promesas, de todo género, no tienen cotización en plaza.
Abunda el mercado de sarampión y otras pestes. Lo que obtiene precios fabulosos, los maridos. ¡De mujeres están abarrotados los almacenes del amor, sin demanda! …
Violeta

Juana Manso. Corresponsal de La Revista Literaria, Cartas Porteñas, La Revista Literaria, Periódico Hebdomadario de Literatura, Montevideo, Junio 11 de 1865, Año I, N°6, LEER

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