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Antonia Maza de Alsina: la mujer heroica de Los Misterios del Plata. Juana Manso

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Fallecida el 14 de diciembre de 1867

Esperando trazar una completa biografía de la Sra. de Alsina, vamos a ocuparnos hoy de consagrarle algunas líneas que presenten los principales lineamentos de su fisonomía moral, y que sean como los prolegómenos de la estatua que más tarde ocupará su puesto en el panteón de las mujeres célebres de la República Argentina.
Hace mucho tiempo que para salvar del olvido las facciones morales de nuestra sociedad, aspiramos a trazar las biografías de las mujeres que por sí mismas o como esposas de nuestros hombres públicos, han presentado rasgos sobresalientes ya de resignación o de heroísmo.
Emprendimos con ese objeto, vez pasada, la biografía de una notable matrona, quedando sin concluir la publicación porque el periódico en que escribíamos tuvo corta vida.
Los episodios de la vida de la Sra. de Alsina ya nos habían servido en país lejano bajo el epígrafe MISTERIOS DEL RIO DE LA PLATA, para tratar el romance íntimo de nuestra sociedad, ligado desde tantos años atrás, con las peripecias de la política; hoy que ella ha dejado de existir, emprendiendo una triste pero justa tarea presentaremos esa vida, una de las más bellas que conocemos, como ejemplo a las generaciones que se crían, porque es digno de culto y de imitación.
Dotada de un carácter enérgico, y de un corazón formado para esos amores que hacen época en la humanidad, como esposa, mujer alguna de este continente ha patentizado una más noble decisión por su marido. Pocos matrimonios tampoco han venido durante una larga serie de años dando a la sociedad el tocante ejemplo de esa unión íntima, completa, de dos almas que vinieron al mundo para amarse y para comprenderse. Hace dos años que en una excursión a Belgrano, fuimos a visitar los antiguos amigos que habíamos conocido en nuestra infancia, y admirábamos con un profundo enternecimiento aquella pareja que ya en la vejez, conservaba la suave ternura que cuarenta años atrás habíamos visto entre las visiones de la niñez, citarse en la intimidad de la familia, como la repetición de la fabulosa historia de los Amantes de Teruel *
Quien nos hubiera dicho ese día que la veríamos por última vez y que, a pesar de su franco y cordial acogimiento, volveríamos dos años más tarde a golpear en vano a la puerta de la pintoresca quinta de Belgrano! ¡Su dueña ya no existe! ¡Y tal es la vida, una ilusión!
Es indudable que la Sra. Da. Antonia, era una de esas mujeres que difieren de la vulgaridad de su sexo, tanto por la organización como por la educación. Hija de un hombre ilustrado como lo era el Dr. Maza, y de una madre excesivamente bondadosa, su personalidad moral e intelectual se desarrolló temprano en una atmósfera de libertad, que hizo de ella durante su vida entera el indomable apóstol de la libertad política, acentuando fuertemente su influencia, en todos los períodos de la vida pública de su marido.
Su carácter enérgico, como hemos dicho antes, le daba una entereza que nada doblega ni abate, y que se comunica a la palabra y a la acción.
Sin embargo, esa mujer tan fuerte, solo vivía para su marido, existía por él y para él; no conocía imposibles, ni sacrificios en tratándose de él: hoy al llamarla a si el Creador, primero, ha recompensado ciertamente su virtud, ella no habría tenido resignación para verlo desaparecer, sin poder disputárselo a la muerte, como se lo arrebató a Rosas de los calabozos de agua del Pontón.
Solo los grandes corazones pueden sentir así el amor. Ese amor noble, profundo, que llena el alma de la mujer y la diviniza, la exalta al sacrificio, la torna sublime, y la eleva sobre el nivel de las otras mujeres.
Dios le había predestinado, es verdad, uno de esos hombres raros por su bondad, por su prudencia, por su moral, que no abusan de la pasión, que inspiran, ni se complacen en lastimar el corazón que los ama; Da. Antonia encontró en su esposo, no solo un cariño, igual al suyo, sino el hombre que supo hacerla feliz en todos los períodos de la vida, en el seno de la patria como en el destierro, en la opulencia como en la medianía y en la pobreza. Ellos fueron siempre los mismos, el matrimonio modelo por excelencia; y así, completándose uno el otro, apoyándose uno en el otro naturalmente, han llegado al último canto del idilio de su amor, el adiós supremo de la Eternidad que separa el cuerpo, pero que esperamos no es bastante a dividir la comunión de dos almas confundidas en una sola.
Desde 1829, primera aparición del Dr. D. Valentín Alsina en la vida pública, Da. Antonia comienza por la decisión de sus opiniones a seguir los pasos de la revolución que conmovía la sociedad de aquel tiempo hasta en sus cimientos.
Era entonces una joven graciosa y alegre, dotes que realzaban su conversación y que nunca la abandonaron en los días de prueba. Su familia, como es notorio, pertenecía por los vínculos de amistad y de la opinión al partido contrario; sin que esa divergencia alterase el cariño que se profesaban. D. Valentín Alsina era nombrado Ministro de Gobierno, en los momentos en que se firmaba el destierro político de su suegro, y Da.. Antonia al estremecerse de orgullo por la temprana elevación del joven a quien había ligado su destino, derramaba lágrimas amargas por la ausencia de su padre: efecto natural de las guerras civiles Mas tarde, el padre tenía que curvar la frente al destierro perpetuo de la hija, y resignarse a la separación.

Muchos años el corazón de Da. Antonia soportó esas alternativas; colocada entre su esposo y su padre, que seguían opuestos partidos, y perteneciendo ella misma, con rara decisión, al partido Unitario.
Su clara inteligencia y un tino político superior a su partido, la hizo oponerse a la fusión de los partidos después de la caída de Rosas; muy superior se mostraba ella a su época, porque esa fusión fue en realidad un grave error político que ha traído al país serias complicaciones. Una mujer tan viril, era no obstante caritativa y hacendosa en su casa. Cosiendo rápidamente, hablaba política como un hombre de estado, salpicando de chistes y de ocurrencias sus más serias discusiones. Era sincera como todas las naturalezas fuertes, y esa calidad fue siempre una de las mejores que le conocimos, admirándola.
Madre extremosa, amamantó ella misma su hijo, y recordamos más de un episodio de esa época, que hoy a la luz de la reflexión nos comprueba el juicio que hemos emitido sobre el carácter apasionado de Do. Antonia.
Es propio, por otra parte, de los caracteres enérgicos, esa manera de sentir, y recordamos en Montevideo el dolor intenso de la pobre Señora al recibir la noticia del asesinato de su padre y de su hermano. Puede decirse que hemos ido dejando pedazos del corazón por el camino del destierro; pero oscilaciones como las de aquella alma, tragos como los de aquel cáliz, pocos se han presentado, por eso mismo que sus pasiones eran violentas.
Ha tenido el consuelo que no tuvieron otras, de morir en el suelo de la patria, en los brazos de su esposo y de su hijo, rodeada de sus deudos y en aquella posición social en que el mundo se apresura a tributarnos sus homenajes. Independiente de eso, ella ha sido sentida, por sí misma, porque era buena como toda mujer que ama mucho, y caritativa como todo corazón que ha sufrido. Fabulosa como una leyenda, será su vida a las generaciones del porvenir, y esperamos no desheredar nuestra historia de una figura tan notable. Habíamos prometido una narración prolija, pero sus labios helados para siempre, ya no podrán cumplir su promesa; con todo hemos de alcanzar los datos necesarios para no dejar perderse en el silencio y el olvido, los rasgos de tan noble vida, y las facciones de una mujer tan heroica, tan grande por su amor y por su abnegación, virtudes raras que es preciso perpetuarlas en el recuerdo de la posteridad. Después, de ese deber cumplido, paz y silencio sobre su tumba.

Juana Manso

(*) Así les llamaba la madre del Dr. D. Valentín Alsina.

La señora Doña Antonia Maza de Alsina. Fallecida el 14 de diciembre de 1867. Anales de la Educación Común. Vol V. 1867.

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