Search

Juana Manso: el maestro y la escuela en tiempos de reformas

Comparte en:

ΕΙ Μaestro y la Εscuela

La indispensable prescripción para obtener buenos maestros y buenas escuelas, es mejorar la condición general de ambos.

Εl magisterio es una profesión científica que tiene sus estudios especiales como otra cualquiera.

¿Qué diríamos de un hombre que sin haber estudiado jamás la anatomía se lanzase a ejecutar una operación quirúrgica? y qué podría esperar el paciente que a ella se sometiese sino ser mutilado?

¿Que podríamos esperar de aquel que no conociendo el dibujo, ni el manejo del pincel, ni la preparación del lienzo, ni la mezcla de los colores, ni las leyes de la luz se pusiese a hacer un retrato? haría un pastel informe y nada más.

Εn ese caso está la profesión de enseñar, y lo que es más interesante y necesario, formar el hombre, educarlo.

Εl punto que visa la escuela entre nosotros es completamente falso por que el resultado a que se dirige es obtener la perfección de la enseñanza, sin cuidar del desarrollo triple del niño, olvidando que con facultades desarrolladas todo se puede aprender, mientras que trabajando por enseñar antes del desenvolvimiento natural de las facultades comprehensivas se trastorna y se contraría la naturaleza.

Εs este proceder el que la ciencia clasifica de empírico y rutinero, porque al, instituirse la escuela en los pasados siglos, cuando el estudio de una sana filosofía se hallaba como que sofocado por los sistemas sofísticos y de controversia vana, no se clasificaron los grados del saber ni se tuvo en cuenta el estudio de las leyes naturales que presiden el triple desarrollo de la humanidad, ha sido la experiencia la que ha venido revelando los medios más adecuados de proceder en materia tan trascendental.

La mejor condición del maestro pues, no solo es la conciencia de su profesión, sino la mejora material de su posición social por un sueldo decente y por la consideración social que lo rodea.

Εsa mejora moral que es el resultado inmediato del estudio y esa mejora positiva de una existencia al abrigo de las duras privaciοnes de la miseria y de la tristeza del aislamiento, vigoriza el espíritu y lo conforta dando al individuo esa dignidad tranquila, esa paz del alma que es la más propia también para ejercer profesión tan delicada.

Εl hombre que despreciado de sus conciudadanos, oprimido de sinsabores, hostigado por la penuria de medios, ve sufrir a los suyos sin poder aliviarlos aunque para hacer más tolerable su posición, trabaja muches veces diez o doce horas por día, ese desgraciado, no ama ni puede amar una profesión tan ingrata y si no la deja es porque no se le presenta otro recurso, pero la considera su presidio y su cadena: él no puede aunque quiera ser amable ni paciente con sus discípulos y la disposición dolorida de su espíritu ha de reflejarse en sus actos en la escuela.

Si a todos estos inconvenientes unimos el mal local, la inmediata descomposición del aire por los gases allí aglomerados, sin conveniente ventilación que los disipe, sujeto a un trabajo forzado durante cinco horas de ordenanza, irritado por la creciente turbulencia de los niños exasperados a su turno por lo duro de la tarea, la aridez de la enseñanza, el aire malo que los agita produciéndoles mal estar, no podrá negarse la urgente necesidad de reformas reclamadas por un justo sentimiento de humanidad.

Εs preciso no perder de vista el estudio que encierra la siguiente sencilla proposición.

– ¿Qué condiciones son necesarias para hacer feliz al maestro en la escuela?

– ¿Qué condiciones necesita la escuela para hacerse agradable y deseada al niño?

Resolver estos dos problemas importaría la mejora radical de la educación: asi como meditar detenidamente el estado en que ambos se encuentran entre nosotros (el maestro y la escuela) patentizaría todos los males que pesan sobre ramo tan vital.

Εntre nosotros el magisterio no es una profesión sino un recurso, como más de una vez lo hemos dicho, aquel que para nada mas sirve, solicita una escuela: salvo honrosas excepciones; para obtener una escuela bastan buenos empeños y en cuanto a la moralidad del maestro no solo no se insiste sobre ella, comο suelen cerrarse los ojos sobre tal o cual defectillo, por ejemplo, el de ebrio, falsificador &a

Se han dado casos espantosos de inmoralidad sobre los que se ha arrojado un velo impenetrable. Si un tal proceder no equivale a envenenar el alma de la niñez, no sabemos entonces lo que sea.

Εl sueldo insuficiente, la importancia ninguna, el saber muchas veces escaso y la moralidad dudosa, he ahí el tipo general de aquel que está llamado a formar el corazón y la mente de toda generación.

La escuela que como sabemos es cualquier casucho viejo, sucio, blanqueado allá cada diez años, recibe donde caben treinta, cien, o ciento cincuenta niños.

Árida la enseñanza, pesado el método, malo el aire, ímproba la tarea, el niño no ama su escuela, no tiene motivos tampoco para amarla, es un lugar de penitencia, es el presidio de sus tiernos años, so pretexto de educarlo allí lo condenan al suplicio de Ιa inmovilidad, sin volver la cabeza, sin chistar, ¡en la escuela no se juega! grita el maestro.

Εn la escuela no se charla!

Νo es original querer exigir de la movilidad de la infancia, lo que apenas cumplen en la virilidad de la vida, los paralíticos, los misántropos o en suma todos aquellos que la mano de Dios hiere con la dolencia del cuerpo o del espíritu.

Grande es el apuro con que se buscan sastres y zapateros que hagan bien la ropa y el calzado, grande importancia damos a la modista que nos viste y a los muebles que usamos, pero en cuanto aquel que derramará los primeros gérmenes de la virtud en el corazón de un hijo, parece que nos es un poco indiferente.

Υ la verdad, ¿de qué se trata? Ρocos hombres sabrían contestar, a esta pregunta: en fin dirían: trátase de enseñar, a leer, escribir y contar, mas, la doctrina y la gramática! Ηe ahí todo un programa que de una pieza se plantea sin más preámbulos. Un rigoroso examen anual vendrá a comprobar los progresos de la enseñanza, basta en ese caso que los niños reciten bien de memoria, que escriban como hombres, lean sin muchas equivocaciones, y operen tan bien que mal en esta o aquella regla.

Con este sistema se llega a mutilar para siempre a una generación, el grado de desarrollo intelectual no se examina jamás, ni el maestro trata de educar el raciocinio, formar el corazón, sublimar el alma: perdería su tiempo y se expondría a no presentar un regular número de pequeños prodigios.

Pero el maestro no es tampoco responsable de este orden de cosas, la causa del mal, es la ausencia de la ley reglamentando todo lo concerniente a este ramo.

Εl maestro es lo que lo hacen las circunstancias, la escuela es, lo que la hace la ley.

Donde el sabio y el charlatán valen lo mismo, donde no existen escuelas a adecuadas y las que se hacen con ese objeto son abandonadas por sus parroquias, es muy difícil esperar mejoras.

(continuará)

Juana Manso

Anales de la Educación Común, N°III, Buenos Aires, enero 31, 1865, N°31.

Te gusto:

Últimas entradas

Categorías

Etiquetas

Últimos Artículos