[Artículo comunicado]
Voy a permitirme hacer algunas observaciones sobre el editorial de la Tribuna: Intereses materiales.
En primer lugar, la educación del pueblo entre nosotros no está ni comenzada, pero ni se ha levantado el cuadro general que presente toda su desnudez, ni se ha pensado en los remedios aplicables, si bien es indudable que el Dr. Alsina parece dispuesto a dejar un recuerdo duradero y un ejemplo saludable en su administración.
Pero en nombre de la humanidad, queremos combatir la idea de que la tenacidad de los padres sea el obstáculo que se opone a la educación que ofrece el Estado.
Estudiemos de cerca y con atención la cuestión.
La instrucción pública oficial, en la ciudad, como en la campaña no tiene por base una ley orgánica que le facilite rentas, ni deslinde los deberes del ciudadano hacia la comunidad, los del empleado del ramo para con el Gobierno: los deberes del padre son anteriores y están impresos en las páginas más íntimas del corazón humano; no obstante hay ejemplos de países que han reconocido en sus instituciones este deber de los padres, porque era necesario agregar el de los tutores y parientes en los casos de orfandad.
Pero como decía, hasta este momento nuestra instrucción pública oficial, entregada a la acción individual de los empleados del ramo, no está tampoco en condiciones de ser aceptada por los padres de familia que miren con cierto escrúpulo la educación de sus hijos, ni de educar las generaciones se trata sino de una mediocre e insuficiente instrucción, dispensada en pésimas habitaciones contra todas las leyes de la higiene, por personas que por lo general ni entienden lo que tienen entre manos, ni son una garantía de moralidad para las familias que lejos de esperar que sus hijos sean educados, tienen más bien la probabilidad de que serán desmoralizados.
Muchas veces al referírseme las iniquidades que existen sobre la materia, sentíame sobrecoger de un terror indecible y esperaba un flagelo inmediato; porque gastarse poco, y ese poco emplearse en podrir la niñez, me ha parecido siempre un delito tan horrendo, que merecía un castigo inmediato, de aquellos que no dejan duda, que el hombre no viola jamás impunemente las leyes de la justicia.
¿Por qué no se toman indagaciones sobre estas indirectas que aparecen en mis escritos?
En 1858, el Ministerio de Instrucción Pública en el Brasil, con menos motivos, ordenó tan severas pesquisas, que infinidad de mujeres y de hombres, fueron impedidos bajo las penas más severas, de ejercer el magisterio.
Las escuelas de campaña, acaso no estén en mejores condiciones, pero sobre todo, los enemigos de la escuela allá, son el desierto y la despoblación; hay familia que está tres o cuatro leguas distante de la escuela, este es un obstáculo material en toda estación; de modo que si no es fácil la asistencia a una sola sesión, menos lo seria a dos sesiones diarias como lo indica el artículo de la “Tribuna.” Siempre se ha encontrado peligroso que los niños crucen la calle cuatro veces al día en las ciudades, por repetirse las ocasiones de distracción, pero donde haya que galopar tres leguas no más para venir a la escuela, repitiendo la operación cuatro veces al día, serian doce leguas diarias, en 24 días hábiles del mes serían 288 leguas, en 262 días hábiles al año, serian 2,544 leguas al año.
En las aldeas podría tener aplicación este consejo; en el despoblado es impracticable.
En los países donde el terreno, como en Suiza, opone obstáculos, o la despoblación como entre nosotros y al Oeste en Estados-Unidos, las escuelas se dan por estaciones o son Asilos rurales funcionando en ciertas épocas del año, de modo que en las cosechas, puedan los padres utilizar el servicio de sus hijos, y porque esto es a la vez una educación práctica del trabajo, y de las faenas rurales.
Pero es inútil martillar sobre este punto, mientras no se intente una revolución completa y una reforma radical en nuestro modo de considerar la escuela; mientras la acción oficial traducida por la acción individual y peor aún de personas incompetentes, pese sobre nosotros.
El Gobierno, algunos empleados del Departamento, yo misma en mi tenaz machacar, pedimos la acción popular, sin la acción popular la escuela será siempre una planta parásita; pero ¿cómo se organiza la acción popular? Ahí está la dificultad.
No tenemos el núcleo de hombres capaces de empellar su esfuerzo, en esta tarea.
La acción popular es originada de la asociación previa de los vecindarios; esta asociación es por decido así la condensación química de la acción individual que se convierte en acción común, o acción popular. De ahí viene la opinión, la opinión, es Moisés con los brazos erguidos al cielo; pero con los candiles con que hoy alumbramos nuestra actual generación, no se forma la opinión.
La escuela en condiciones despreciables, por su aspecto degradado, por las personas que las dirigen, no puede levantar la opinión, en llamar la asociación en torno suyo.
Luego otra cuestión que muchos tocan sin estudiarla; la enseñanza obligatoria.
Para obligar los padres sin agravio de la justicia, necesario es, obligar primero los vecindarios a que construyan escuelas donde puedan educar sus hijos en común, y después de construido el edificio, y respondiendo en todos sus puntos a los altos destinos de su cometido, si en tal caso hubiese resistencia (lo que no creo) por parte de los padres, solo entonces podrían estos compelidos.
Pero por el asiduo estudio de estas cuestiones yo le rogaría al Dr. Alsina que antes de tomar medida alguna, hiciese levantar un informe general del estado de la instrucción y se nombrase una Comisión de personas competentes para presentar un dictamen fundado de lo que es posible hacer; a lo menos en Sajonia, en casi todos los Estados de la Unión así se ha preludiado a la reforma, para que esta fuese radical y profunda.
Es materia tan melindrosa como difícil de resolver, sin contraer graves responsabilidades.
¿Cómo aplicar los remedios por otra parte, sin conocer el mal? ¿Cómo recetar sin hacer el diagnóstico de la enfermedad?
Bueno es oír a todos, pero obrar con mucho pulso.
Juana Manso.
Chivilcoy, abril 25 de 1867.
La Tribuna 27 de abril de 1867. N°3973