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«Cartas Porteñas»,1865. Juana Manso contra la herencia colonial: el desafío de América Latina

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Buenos Aires, 4 de Julio de 1865-

LA COLONIA Y LA REPÚBLICA.

Escribo a Vd. en un día el más memorable de la Historia moderna, con la fecha inmortal de la primer aurora democrática que enrojeció con eterna luz el horizonte de la esperanza de la humanidad.

El 4 de Julio de 1776, a la moción de Franklin, las Colonias Inglesas se declararon Independientes de la Metrópoli, y desde ese día hasta la fecha, han pulverizado el elemento monárquico, en el terreno firme de los hechos prácticos.

Tomando la Libertad absoluta por base de la República; por base de la Libertad, la educación popular; y por levadura democrática, las escuelas comunes, desde esta trípode inconmovible, los Estados Unidos de la América del Norte, han anonadado el pacto sacrílego del trono y el altar; sobre los escombros del derecho divino, se ha levantado triunfante el derecho de gentes—sobre el fanatismo, la religión—sobre la superchería, la razón—sobre el monopolio, la libre concurrencia—sobre la comunidad, la asociación—sobre el privilegio, la igualdad—sobre el fuero, la fraternidad—y sobre todos los elementos podridos de la edad monárquica, el espíritu regenerador de la democracia!… ¡Todo esto es la República!

No hay un solo país en el globo que haya realizado todo esto: no tiene la Historia de la humanidad, elementos sociales de este temple.

Si de su sociedad generalmente erudita, si de sus poblaciones hermosas, aseadas, ricas, si de sus inmensas manufacturas, sus emporios mercantiles, sus preciosas aldeas, sus cultivadas tierras, sus cómodos ferrocarriles, sus veloces vapores, sus abundantes mercados, sus escuelas por millares, sus colegios científicos, sus Academias libres, sus famosas Universidades, sus escuelas mecánicas, sus asilos de huérfanos y de beneficencia, sus librerías inmensas, sus exposiciones de todo género, su profuso diarismo, sus fabulosos hoteles, sus telégrafos y lo confortable de su vida usual, volvemos los ojos a su última guerra, y enumeramos sus homéricas batallas, sus inventos colosales, que han sobrepujado el ingenio humano, y revelado el destino sorprendente de la mecánica; no podemos menos de preguntarnos, ¿quién ha realizado todas estas maravillas nunca oídas ni vistas, quién?

¿El pueblo americano? pero ¿de dónde sale este pueblo creador, este pueblo valiente, este pueblo de acero, que la guerra no ha debilitado ni empobrecido, que ha gastado dinero para envolver con su red de oro la superficie de la tierra sin pedir un centavo a nadie? ¿de dónde sale esta raza de modernos Titanes, desconocida de los antiguos naturalistas? ¡qué molécula mágica ha germinado esta raza sin igual entre las razas clasificadas!

¡Oh, maravilla! Sarmiento va a resolver la cuestión: oigamos su palabra, habla solo del Estado de Massachussets.

«De la Escuela de Westfield, más de setenta y cinco por ciento de sus alumnos fueron a la guerra.

«De la Escuela de Bridgewater, más de treinta y cinco por ciento.

«De los quinientos estudiantes de la famosa Universidad de Harvard, diez y nueve por ciento.

«De Amherst-College, ciento cuarenta y seis.

«De William-College, doscientos estudiantes graduados de ciencia.

«Estos soldados han vencido la insurrección y dejado pasmado al mundo”.

Y más adelante añade:

«Pongo fin a mi larga carta despidiéndome de V. para los Estados Unidos, a dónde creo estar el 25 de «mayo, acordándome de mi patria en medio del bullicio de la victoria final de la República de las Escuelas, «que prometen Savannah, Willmington, Charlestown, Richmond y Pettersburg, tomadas por una serie de «batallas, que hacen de Julio César y de Napoleón cabos de escuadra.”

¡La molécula maravillosa del progreso americano y de su poder titánico, es—la Escuela Común!

¡Pero basta de volar por esa esfera límpida de la República—¡Cóndor, abate el vuelo, repasa el océano, y contempla tu América Latina!

¡Nuevo Jeremías! llora sobre las desventuras de esta joven Jerusalén!

¡Nuevo Job! llora sobre la lepra entrañada en la carne de tu patria, aparta uno a uno esos asquerosos gusanos que brotan los labios de las heridas que la anarquía dejó abiertas; piloto, lleva tu barca al golfo, para que el contacto de la peste, no te contamine así, viajero solitario que ningún lazo liga a los otros.

¡Poeta!¡Sube por esas ingentes y desiertas veredas de la verdad, hasta la cumbre de la filosofía, bajo la atmósfera de la meditación, y dinos lo que ves bajo tus pies!

Retrocedamos a 1492.

¡El descubrimiento de un Nuevo Mundo, conmueve la Teología y Roma excomulga a Colón como excomulgó a Galileo!

I 535—¡La Conquista! He ahí sus bajeles, que traen al suelo virgen de Colón, los dos elementos primitivos de la Colonia: ¡la espada y la sotana!

1810—Las ligaduras de la dominación española se quiebran.

La guerra agita su estandarte desde las márgenes del Plata hasta la Cordillera de los Andes, desde los Andes hasta las playas del Pacífico.

A las primeras brisas de la Libertad, sucede la borrasca de la anarquía; hijo de las primeras, fue Rivadavia: aborto de la segunda, Rosas.

Rivadavia era el espíritu de la revolución francesa de 89.

Rosas, la reacción Colonial, la espada en vez de la ley.

Los hombres del año diez, dijeron monarquía independiente, y juraron a Fernando 7°.

La Asamblea del año 13 dijo República, y el gobierno del año 20, lanzó a la tierra la simiente próvida de la educación del pueblo.

El año 40—derribó la obra de los próceres de la República, y las tinieblas de la ignorancia cernieron su sombra sobre la virgen del Plata…. ¡La República se desplomó!

¡En el estruendo de la guerra civil, el ultramontanismo se perdía sin poder alzar su cabeza!

Caseros fue; Rosas sucumbió.

Once años de lucha sin tregua terminaron por aniquilar el caudillaje en los campos de Pavón, y el estertor de su agonía, se prolongó hasta el suplicio del Chacho.

Desde Pavón hasta la hora actual, una marea sorda pero progresiva, ha venido engrosando las aguas de la reacción colonial; después del caudillaje, el Jesuitismo.

¡Triste fisonomía presenta hoy Buenos Aires al ojo observador!

A las Escuelas de latinidad y teología de la Conquista han sucedido los Arzobispados y los Seminarios de Clérigos; a los Reales, Colegios de los Jesuitas bajo el patrocinio del Rey, los Colegios Nacionales bajo Ia acción oficial.

Copiamos la Constitución Americana, y le hacemos la primer incisión—Allá el Estado sin ser ateo, no confiesa religión alguna.

Una religión del Estado, en Jurisprudencia como en Filosofía, es la negación positiva de la Libertad absoluta, base lógica é inconcusa de la República.

¡Los cultos tolerados, no libres, han germinado un monstruo, el renacimiento de la Edad-media en América! ¡El fanatismo explotando la ignorancia!

¡Copiamos la forma de la Constitución Americana, pero en educación propagamos la tradición Colonial!

Tomamos por base de la República la negación de la Libertad; por base de la Libertad, la ignorancia de las masas; por levadura democrática, el exclusivismo de los hijos de los ricos.

Al trono y el altar hemos sustituido el Estado y la Iglesia—al derecho de gentes, el derecho del más fuerte—a la religión, el predominio clerical—a la razón, la superchería idólatra: —a la libre concurrencia, el padrinazgo y el compadrazgo—a la igualdad, el monopolio—a la fraternidad, el espíritu de hermandad-, y con elementos tales, nos decimos Republicanos!

La red de San Vicente de Paul se ha extendido sobre el alcázar de la Libertad, y las telas de araña son en tal cantidad, que una vida entera se gastaría en aniquilarlas.

El continente que se extiende desde la Patagonia hasta el Istmo del Darién, está habitado por pueblos semi bárbaros, sin comercio, sin industria, creciendo en el ocio y en la ignorancia; ¡aquí el jesuitismo, más allá la anarquía, en todas partes la pobreza y la impotencia!

¡Esto es en la realidad la América Latina del Siglo XIX!

El Brasil, monarquía Constitucional que lleva en la frente la mancha de la esclavitud de la raza africana; el Rio de la Plata que sobre la Túnica de Bruto, ha endosado la sotana de San Vicente de Paul; el Paraguay, con el estandarte de San Ignacio de Loyola en la diestra; Chile, vegetando como los pólipos; el Perú, dirimiendo su política con la espada; Bolivia, entregada al horror de la anarquía; el Ecuador. Venezuela, Nueva Granada, Centro América, el Yucatán, Méjico Imperial, ¿qué hacéis, vástagos latinos, sino desangraros empobrecidos, perder el tiempo y debatiros en la impotencia?

¡La Política preocupa los pensadores! la política es el alma, la vida, el fin y el término de las sociedades latinas! …

Pero ¿qué política? equívoca, ultramontana, raquítica, retrógrada; la política democrática, fecunda, racionalista, progresista y generosa os escapa!

Entretanto, ¿cuál debería ser vuestra política, jóvenes pueblos republicanos? Oíd a Michelet, el primer historiador del siglo, que ha sondeado una a una las llagas de la sociedad antigua y moderna:

«¿Cuál es la primera parte de la política? La educación; ¿la segunda? La educación; ¿y la tercera? La «educación.

«He envejecido demasiado sobre la Historia, para creer en las leyes, cuando ellas no están preparadas, cuando desde larga fecha los hombres no se han educado a amar y querer la ley.

¡Menos leyes, os ruego! pero por la educación fortificad el principio de las leyes; hacedlas aplicables y posibles; haced hombres y todo irá bien!»

He aquí lo que los políticos de la América-Latina no han comprendido ni comprenden todavía: por eso sus poblaciones atrasadas, nadan de desierto en desierto; por eso, repleta de materia prima, ella perece sin industria; rica e improductiva, fanática e ignorante, se ha habituado a creer en la sonoridad de las palabras, en el entusiasmo de los brindis y de los discursos, en las leyes que engrosan el archivo de sus oficinas, y ante la esperanza incierta de un remoto porvenir, viene sacrificando el presente, hace medio siglo, y diciendo—no es tiempo aún!

¡Y esto y nada más, es la América Latina del Siglo XIX!

¡Será necesario que cumpliendo la doctrina de Monroe, Méjico sea un Estado de la Unión del Norte; que el pabellón de las estrellas, transponga el Istmo, y que la Confederación Americana surja de entre los matorrales silvestres de la Colonia, para que de ese pacto de Unión, surja también la molécula mágica que engendra los Titanes de la República, y esa molécula será la educación común!

Y no digáis, lectores, que os escribo en un día de Spleen, ni que estoy poseída de alguna manía, no—es el estudio de la Historia el que me ha enseñado a pensar así; es el haber vivido en los Estados Unidos, lo que me enseñó a distinguir la república democrática, de nuestras repúblicas monarquistas o coloniales.

¡Hoy mismo, que todos aplauden ese monumento colosal de la Nación gigante, nadie mira la base, nadie repara en el pedestal y todos miran solo la cúspide!

¡La prensa ocupada de la guerra actual, deja crecer la marea ultramontana sin cuidarse de ello, y en la educación nadie piensa!

Y ¿cuál ha sido entre tanto la conducta observada en Estados Unidos durante esos cuatro años de conflicto y de guerra civil?

Un aumento del fondo depósito de Escuelas; aumento del impuesto por la libre voluntad de las poblaciones; una estadística la más prolija del censo y de las Escuelas; ¡ellos han combatido contra los esclavistas sin dejar de la mano el ariete del pensamiento, sin darle respiro a la ignorancia!

¡Nosotros no pensamos así!

¡Hace medio siglo que repetimos, después, cuando se acabe la guerra!

¡Y una guerra termina y otra empieza sin que se dé comienzo a la grande obra de fundir nuestras bárbaras masas en el molde que hace las Repúblicas!

Violeta.

Juana Manso

Cartas Porteñas, La Revista Literaria, Periódico Hebdomadario de Literatura, Montevideo, Julio 16 de 1865, Año I, N°11, LEER

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