Buenos Aires, Mayo 4 de 1865.
Cediendo a la invitación de V. seré su corresponsal literario desde la margen oriental del Plata.
Las Cartas Porteñas serán el croquis de esta sociedad, la historia de esta época, escrita con la posible veracidad, a pesar que la letra de molde se cree generalmente que no posee esta propiedad; pero por lo que a mí respecta, he hecho voto de no mentir, aunque no sea más que por oposición a mi siglo.
En los momentos que empiezo mi tarca de corresponsal, el alimento del día, es la guerra: V. comprenderá que no me será posible trazar estas memorias y dejar la política en el tintero, eso sería dejar el alma porteña sin destino y dibujar un cadáver.
La política es nuestra esencia, ni comprendemos otro interés, ni hay resorte más violento, aunque el uso ha debido gastarlo, pero, no señor, no es así, hemos vuelto a empuñar la espada como en la edad heroica de esta humanidad.
Dicen que es para vengar el ultraje que nos han inferido los paraguayos; y también para llevar la libertad a los paraguayos.
Comprenderá V. fácilmente que soy lega en esta materia, pero tengo la propiedad de ver todas las cosas al revés y el mundo de pies para arriba; así es que creo que hubiera sido mucho más prudente no provocar un enemigo estúpido, y ya que se han salido con la suya, «tomar las cosas como de quien vienen».
Ahora por lo que respecta a la libertad llevada en las puntas de las bayonetas, no la crea de primera clase, si bien es de superior fuerza, y me resta otra duda y es la de que los paraguayos, no sabiendo lo que importa la libertad, mal pueden apreciarla. Buenos Aires ha estado lleno de ilustres huéspedes; en las altas regiones sociales han habido festines, banquetes diplomáticos, es decir, que han adoptado los consejos de Balzac, que es hombre que sabe lo que dice.
Descendiendo de los orbes dorados a la clase media, la escena cambia enteramente: la verdad verdadera es que las madres, las novias, las mujeres, las hermanas lloran amargamente la partida de los suyos. Los mozos porteños en tratándose de pelear, no se hacen del rogar, los voluntarios llueven de todas partes, dejémoslos partir llenos de ardor, y dejemos las viudas llorar en paz, veamos lo que pasa en el mundo literario.
Acompáñeme V. hasta la calle de Cuyo donde dentro de una magnífica casa de altos, está situado nuestro Círculo Literario, Recuerda V. á la instalación del Círculo el año pasado nuestros debates para formarlo y nuestras esperanzas, el discurso del Dr. Alsina, mi interrupción, los versos del Sr. Gutiérrez y Ca. Yo he encontrado siempre un placer melancólico en esos recuerdos inocentes, que las más de las veces no dejan en pos de sí, más que decepciones…. pero volvamos a nuestro Círculo.
El hogar del pensamiento está casi tan desierto como quedó la Abadía de Newstead a la partida de Byron. A propósito, el Childe Harold de nuestro Círculo se halla accidentalmente aquí, pero la guerra lo absorbe completamente.
La política nos ha robado también la palabra del Dr. Rawson, las Conferencias que interrumpió el verano posterga hoy el estado de los espíritus. No sé afirmativamente el porvenir que los sucesos harán al Circulo Literario, pero de antemano le aseguro que haremos lo posible por salvarlo del desplome.
La guerra ha precipitado el desenlace de varios episodios, romances o baladas amorosas, y el Dios Himeneo ha consumido una regular cantidad de perfumadas Teás.
Ya ve Vd. que hago su parte a la mitología, aunque haya pasado de moda.
Buenos Aires está animadísimo, se baila, se proclama, se acuartela, se dan banquetes, se llora y se ríe a la vez: se casa mucha gente y no faltan tontos que se mueran, pero la gran ciudad se agita y vive de su vida ordinaria como si nada sucediese.
Las librerías están repletas de libros nuevos; apropósito de libros, la Universidad se ha convertido en cuartel. ¿Si harán de la Biblioteca algún Parque de Artillería? Veremos.
No quiero cerrar mí primera carta sin decirle que he presenciado el enlace de dos conyugues italianos. Nada de particular hay en esto, pero el discurso del padre que los casó merece una mención honorífica; juzgue V.:
«Nada más os encargo sino que, en tiempo de ayuno, guardéis la castidad, y que el varón ame la hembra, quiero decir, que el hombre ame su mujer y la mujer el hombre».
Esta recomendación es de suma importancia, porque al paso que vamos ni los hombres quieren a las mujeres, ni estas a los hombres, bien que desde Adán y Eva, dure este pleito.
Hasta la primera ocasión.
Violeta. (Juana Manso)
Cartas Porteñas, La Revista Literaria, Periódico Hebdomadario de Literatura, Montevideo, mayo 7 de 1865, Año I, N°1. Director, José Antonio Tavolara. LEER