¿Sabéis lectoras mías cuál es el deseo que me agita sin cesar? Pues no es ni más ni menos que una gana de volar la más rabiosa.
¿Y sabéis por qué tengo una fantasía tan chabacana?
Es porque a mí me place este mundo tan cómico, tan alegre, tan lúgubre, tan falso, tan hipócrita, tan sonso, tan embrollado, tan claro, tan ciego, tan ilustrado, tan zafio, tan pensador y tan deschavetado.
Otros lo maldicen, lo apostrofan, lo execran; yo no, a mí me gusta; así, caos, torbellino, abismo, piélago, océano, purgatorio, laberinto como es. Maldita gana de morirme que tengo.
El mundo es muy divertido, muy chistoso, muy entretenido, para quien no toma las cosas por la vía de tarifa, sino que se arma de una pachorra tranquila y toma el tiempo conforme viene.
Acostumbro probar lo que digo.
Volemos lectoras, planeemos sobre esta gran ciudad a la hora por ejemplo en que se retiran esos negros fantasmas de la soledad, como los llamaría un poeta, y que así mismos armados de su lanza, su pistola, su capucha y su linterna, no son ni más ni menos que unos pobres hijos de Galicia, a quien el prolongado insomnio les tiene la cara como de vampiros, escuálida y cadavérica con ojos ribeteados de encarnado.
A esa hora matutina, hay escenas que es mejor no narrar; pasémoslas por alto. La ciudad se despierta, un ruido sordo empieza a levantarse por todos los ángulos. Lo primero que se despierta es el estómago por los poros de los almacenes, los cafés, los mercados, los panaderos, etc. etc.
Las tiendas abren primero sus puertas, después sus vidrieras; los géneros chocados a la vista son la isca en el anzuelo que se traga nuestra vanidad.
Más tarde, cuando todos hemos tomado mate, empieza el tole tole.
Las visitas, los recados de fulanita y mengana, la cartita que un confidente discreto trae a la señorita acompañado del inocente ramo de flores.
Es una mañana de otoño bajo los árboles del parque de Colón, hay encuentros casuales ajustados la víspera. Una amiga que le cuenta a otra el número de sus conquistas; un bello mancebo que le cuenta a otro como M. se murió por él, como F. se divorció del marido por él; como N. dio una bolsa á R por él y siempre por él el vaivén perpetuo de esperanzas, desagravios, cartas devueltas, etc. etc.
Por otro lado, allá va un señor Dr. que vela dentro de su tílburi. ¿En qué piensa que va tan serio? ¿Será en los enfermos? ¡Quia! Piensa en la suba del oro, en las acciones del camino de fierro, en la casa que va a comprar, en la estancia que va a poblar y en todos los medios de estirar su buena fortuna: su cabeza es toda una casa bancaria. Entre tanto llega a una lujosa casa, receta paños de vinagre para un tifus, y sale a escape: aquí un purgante, allá una sangría, vomitivo aquí, sanguijuelas por allá, más adelante un cáustico en la nuca: el número 7 muerto, el 10 de parto, el 15 en agonía, el 12 junta, el 3 que lo dispongan, un calmante al 4, píldoras al 6 -Se acaba el día. —Suma total.
20 visitas a 20 pesos 400 pesos.
1 junta 200 id
Total. . . 600 pesos.
Una casa a manera de palacio: escritorio a la calle. Consultas de abogado. El Dr. repantigado en
su poltrona recibe los clientes; -los escribientes se dividen el quehacer; uno escribe, otro a los
tribunales, -otro en comisión, otro a las escribanías. ¿Y los clientes?. . . Allá van.
Es un viejo que no quiere dar cuenta de tutela a sus pupilos: es una mujer que está en demanda de separación con el marido, es joven, bonita, romántica, y el abogado la atiende con calor. . . Es un heredero que pone pleito a los otros. Es un amigo que cobra a otro amigo el dinero que le prestó para sacarlo de apuro, porque no quiso entender que —
Quien presta al amigo
Cobra un enemigo.
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¡Qué lástima que el Cabildo tenga arcos! ¡que hermosa vista harían todos aquellos grupos que se reúnen allí!
La gente que frecuenta aquellos sitios tiene un aroma particular; ¡es que las escribanías y todo aquel mamotreto judiciario tiene su atmósfera peculiar que impregna sus miasmas en los frecuentadores de aquellas antecámaras del purgatorio! pero volemos a otra parte.
Allí diviso unas paquetas que entran en aquella elegante tienda. El tendero está vestido en conquista: ¡si pudieran oír lo que le dice a aquella niña rubia que al oírlo se pone tan colorada! esperen ustedes pues, ¡veo al mozo que aprieta la mano a la morenita que la acompaña! ¡voto a chápiro que hasta la matrona no escapa y un pollo de sus diez y seis abriles le revuelve los ojos y suspira! está visto el diablo no duerme.
¡Oiga usted al confitero de aquella esquina cómo manda calentar los dulces de la víspera para venderlos como frescos!
Allá va uno que se lleva las piedras por delante, parece que va a buscar la salvación: pues no señor, es que se ha puesto malo del estómago y no quiere dar beneficio en media calle.
Una mujer sale de aquella mercería; si levantásemos el velo de la gorra veríamos dos lágrimas como puños que le ruedan por las mejillas ¿por qué será? Calle usted, el mercero es un mocetón como un trinquete, tiene más patillas que un majo y está enfrascado en conversación con una viudita que anda buscando quien la consuele. . . vamos aquí hay dos capitales del mismo romance.
¡Un epílogo y un prólogo!
Por San Crispas, ¿qué es aquello? ¡un desocupado que le registra los bolsillos al prójimo!
¿Y aquel chico qué hace a aquel tablero de mesas? estudia el oficio de ratero.
A escape corre un vigilante, ¿qué órdenes urgentes llevará? ¿Será quemazón, revolución? ¡que no! ¡es que un preso que salió de la cárcel y era amigo íntimo suyo, lo llevó a la confitería y le ha hecho beber dos botellas de cerveza inglesa y se le ha subido el Porter a la mollera! ¡Dios se la depare buena al que caiga en sus uñas!
¡Cuánta gente cruza por esas calles! qué de esperanzas distintas agitan todos esos corazones! ¡qué encontrados intereses guían todos esos pasos! ¡qué ilusiones habrán nacido que morirán con el día para renacer mañana bajo otra forma! ¡qué ensalada de ambiciones, de chismes, de promesas, de finezas, de insultos, de epigramas, de mentiras, de verdades, de sandeces, de sentencias, de requiebros, de palabras que si se pesasen adónde iríamos a parar.
¡Y hay quien reniegue de un mundo tan divertido!
Vea si será mejor que lo estiren a uno entre cuatro tablas, como si fuese dulce de membrillo y ¡sin más ni más lo entierren como carozo de almácigo!
Dolores
La Flor del Aire, Periódico Literario Ilustrado dedicado al bello sexo. Buenos Aires, Abril 10 de
1864, N° 5.