En París compré una copia de la Venus de Milo en cuya base puse esta inscripción:
Á LA GRATA MEMORIA DE TODAS LAS MUJERES QUE ME AMARON Y AYUDARON EN LA LUCHA POR LA EXISTENCIA
La Venus de Médicis es todo amor; la de Milo es la mujer pronta á ser madre ó amante, pues solo enseña su seno, y su fisonomía es grave, como si sintiera la idea del deber.
Hay las Mujeres de la Biblia, hay las de Shakespeare, ó de Goethe. ¿Por qué no he de tener para mi las Mujeres de Sarmiento? no porque yo las haya creado al grado de mí fantasía, sino porque todas ellas me cobijaron bajo el ala de madres, ó me ayudaron á vivir en los largos años de prueba.
Mi destino, hánlo desde la cuna, entretejido mujeres, casi solo mujeres, y puedo nombrarlas una á una, en la serie que, como una cadena de amor, van pasándose el objeto de su predilección.
Mi madre! Su sombra está hoy aquí presente. Mrs. Mann la ha evocado para que me propicie el sentimiento religioso de los Estados Unidos.
Fué mi madrina de bautismo doña Paula de Oro y mi protectora. Niño pequeño, acompañándola en las calles, me contaba las grescas que tenia con una perra tia mía que me malquería. Ella fué el intermediario, llevándome á vivir á su casa, para que el clérigo Oro, su hermano, me educase, desenvolviendo la facultad de pensar que á sus lecciones debo.
Cuando salí de sus manos, recibióme doña Angela Salcedo que ni mi pariente era; pero que, viuda de don Soriano Sarmiento, me entregó una casa de comercio que el finado tenía preparada para ayudarme y darme ocupación en la vida. Su hijo, Domingo Soriano, á los 40 años de edad, esposo feliz, padre de una hija única ya casada, vecino rico, se suicidó á la sola idea de que su tocayo, que su maestro, pudiese creerlo mal ciudadano.
La Manso, á quien apenas conocí, fué el único hombre en tres ó cuatro millones de habitantes en Chile y la Argentina que comprendiese mi obra de educación y que inspirándose en mi pensamiento, pusiese el hombro al edificio que veía desplomarse. ¿Era una mujer?
Hay otra que ha dirigido mis actos en política; montado guardia contra la calumnia y el olvido; abierto blandamente puertas para que pase en mi carrera, Jefe de Estado Mayor, Ministro acaso; y en el momento supremo de la ambición, hecho la seña convenida, para que me presente en la escena en el debido tiempo. (*)
Otra hay, y esta llena dolorosamente el fondo de la existencia; volcan de pasión insaciable, inextinguible, el amor en ella era un veneno corrosivo que devoraba el vaso que lo contiene y los objetos sobre los cuales se derrama. ¡Dios le habrá perdonado el mal que hizo, por el que se hizo á si misma, por el exceso de su amor, sus celos, su odio!
¡Extraño fenómeno! Desfavorecido por la naturaleza y la fortuna, absorto desde joven en un ideal que me ha hecho vivir dentro de mi mismo, descuidando no solo los goces, sino hasta las formas convencionales de la vida civilizada, desde mis primeros pasos en la vida sentí casi siempre á mi lado una mujer, atraída por no sé que misterio, que me decía, acariciándome: adelante, llegarás.
Debe haber en mis miradas algo de profundamente dolorido que excita la maternal solicitud femenil. Bajo la ruda corteza de formas desapacibles, la exquisita naturaleza de la mujer descubre acaso los lineamientos generales de la belleza moral, ahí donde la física no se muestra.
No me jacto de amores, ni de buenas fortunas.
Una mujer jugando á las visitas con las muñecas, es ya madre ó amante y antes de ser en realidad la última, era lo otro en espíritu y afección. ¿Porqué una joven virtuosa ama á un calavera? Es la madre la que ama, esperando curar la dolencia, con sus cuidados. ¿Por qué una beldad ama á un hombre feo? Por que lo ve oprimido, y sale valientemente á su defensa. Una mujer es madre ó amante, nunca amigo, aunque ella lo crea; si puede amar, se abandona como un don ó un holocausto. Si no puede, física ó moralmente, proteje, vigila, cria, alienta y guia.
Obras Completas de D.F. Sarmiento, Tomo XLIX, Memorias, Bs.As. 1900. LEER TEXTO COMPLETO