He de probar que la inteligencia de la mujer, lejos de ser un absurdo, o un defecto, un crimen, o un desatino, es su mejor adorno, es la verdadera fuente de su virtud y de la felicidad doméstica, porque Dios no es contradictorio en sus obras, y cuando formó el alma humana, no le dio sexo. La hizo igual en su esencia, y la adornó de facultades idénticas. Si la aplicación de unas y de otras facultades difiere, eso no abona para que la mujer sea condenada al embrutecimiento, en cuanto que el hombre es dueño de ilustrar y engrandecer su inteligencia; desproporción fatal que solo contribuye a la infelicidad de ambos y a alejar más y más nuestro porvenir. Y no se crea que la familia no es de un gran peso en la balanza de los pueblos, ni que la desmoralización y el atraso parcial de los individuos no influye en bien o en mal de la sociedad colectiva.
Cuando se toca una cuestión tan delicada como la emancipación de la mujer, preciso es hacerlo con suma circunspección, al paso que no debe desdeñarse todo aquello que tienda a dar vigor, fuerza moral y bases sólidas a las nuevas doctrinas.
Nuevas son en la América del Sud: en cuanto a la Europa y Estados Unidos, la emancipación de la mujer es un hecho consumado, al que hace bien pocos meses ha puesto el sello la legislación inglesa, premiando abogados que revisasen las antiguas leyes (asaz inicuas, sea dicho de paso) y que presentasen otras nuevas, protectoras de la mujer. Así ha sucedido, y en agosto de este año fue condenado a dos meses de prisión, un marido que había apaleado su mujer, juzgando que se hallaba aun en aquellos dichosos tiempos en que era dueño de azotarla, y hasta de ponerle una soga por el pescuezo y llevarla a vender al mercado.
En efecto, una gran nación como la Inglaterra, la más libre del mundo, no podía abrigar en sí misma una monstruosidad semejante, como la de conservar a la mujer en el estado de la más degradante y torpe esclavitud.
El progreso humano, ese gigante locomotor que pasa por sobre las costumbres y las leyes de los pueblos, había ya abolido de hecho esas infames usanzas; no obstante, la ley escrita existía como un monumento deforme, vetusto y desproporcionado, en medio de los graciosos, limpios y elegantes edificios de la época. La Inglaterra, pues, arrancó esa página amarillenta e ininteligible del primer código de Rómulo, que no autorizaba es verdad a matar el cuerpo, pero que asesinaba el alma.
La sociedad es el hombre: él solo ha escrito las leyes de los pueblos, sus códigos; por consiguiente, ha reservado toda la supremacía para sí; el círculo que traza en derredor de la mujer es estrecho, inultrapasable, lo que en ella clasifica crimen en él lo atribuye a debilidad humana: de manera que aislada la mujer en medio de su propia familia, de aquella de que Dios la hizo parte integrante, segregada de todas las cuestiones vitales de la humanidad por considerarse la fracción más débil, son con todo obligadas a ser ellas las fuertes y ellos en punto a tentaciones, ¡son la fragilidad individualizada!
En todos los inconvenientes que resultan de esta falsa posición; con un tutor perpetuo que a veces es lleno de vicios y de estupidez, la mujer tiene con todo que bajar la cabeza sin murmurar, decirle a su pensamiento no pienses, a su corazón no sangres, a sus ojos no llores, y a sus labios ¡reprimid las quejas!
En nuestro país, como en todas partes, el hombre cultiva su inteligencia mientras que la mujer queda a retaguardia de la civilización. Efectivamente, el hombre habla de ciencias, literatura, progreso, mientras que la mujer habla de modas y modas, cuando no recurre al triste expediente de la murmuración y al más reprobado del chisme y de la intriga.
¿Por qué? si, ¿por qué ese largo martirio que empieza y acaba con la vida de la mujer? ¿Por qué se condena su inteligencia a la noche densa y perpetua de la ignorancia? ¿Por qué se ahoga en su corazón desde los más tiernos años, la conciencia de su individualismo, de su dignidad como ser, que piensa, y siente, repitiéndole: ¡no te perteneces a ti misma, eres cosa y no mujer!
¿Por qué reducirla al estado de la hembra cuya, única misión es perpetuar la raza? …
¿Por qué cerrarles, las veredas de la ciencia, de las artes, de la industria, y así hasta la del trabajo, no dejándole otro pan que el de la miseria, o el otro mil veces horrible de la infamia?
Por eso el casamiento es para ella el fin de su existencia. ¿Y qué es lo que encuentra ella casi siempre? La decepción. O una tiranía insoportable o el abandono más completo. ¿Y por qué ella encuentra eso?
Porque el casamiento para la mayor parte de los hombres es el único medio de satisfacer un deseo, un capricho o simplemente cambiar de estado. O asegurar su fortuna.
Y porque el hombre dice: «Mi mujer» con el mismo tono de voz con que dice «mi caballo», «mis botas», etcétera.
¡Y ya se sabe que al caballo, la mujer y las botas, siendo cosas de su uso, él se encuentra dispensado de dedicarles todo tipo de atención!
¿Cómo? ¿La mujer puede tener otra influencia que no sea sobre las ollas? ¿Otra misión además de la de las costuras, otro porvenir que no sea hacer el rol de la ropa sucia? ¿De verdad? ¡Emancipar a la mujer! ¡Cómo! Pues ese trasto de salón (o de cocina), esa máquina procreativa, ese cero dorado, ese frívolo juguete, esa muñeca de modas, ¿será un ser racional? ¡Emancipar a la mujer! ¿Y qué viene a ser eso? ¿Concederle el libre ejercicio del libre arbitrio?… ¡Cómo! ¿Sería ella un día igual al hombre en derechos sagrados que la brutalidad pisoteó hasta hoy sin misericordia? ¡Escándalo inaudito!
La conciencia, el honor, la dignidad, ¿qué son para la mujer? ¿Quién le habla de esto? ¿Conciencia? Vos se la traducís por salvar las apariencias. Teme el mundo. Pero en temerse a sí misma, a avergonzarse de sí misma, ¿quién le enseña? ¿Honor? ¿Y para qué quiere el honor la mujer? Ella no tiene palabra de honor, ¿quién se fía en palabras de mujer? ¿Su honor? De soltera es el honor del padre o del hermano el que guarda, de casada, ¡es el del marido!… ¡Insensatos! ¿Cómo queréis que haya quien defienda y conserve mejor el bien ajeno que el propio?
¿Libertad? Sí, la de vestirse, la de engalanarse; aquella que le dio Dios escrita en la propia organización de su alma, no. La mujer es esclava de su espejo, de su corsé, de sus zapatos, de su familia, de su marido, de los errores, de las preocupaciones; sus movimientos se cuentan, sus pasos se miden, un ápice fuera de la línea prescripta, ya no es mujer, ¿es qué?… ¡¡Un ser mixto sin nombre, un monstruo, un fenómeno!! ¿Y qué pensáis que resulta de ahí?
Decís, la mujer es vanidosa, voluble, falsa, ama los trapos, los brillantes, ¡no hay que pensar en casarse porque es la ruina del hombre! Y vosotros, ricos, ¿por qué no la educáis ilustrada, en vez de criarla para el goce brutal? Y vosotros, pobres, ¿por qué le cerráis torpemente la vereda de la industria y del trabajo, y la colocáis entre la alternativa de la prostitución o la miseria?…
Las clases altas y abastadas, con más facilidad sacuden el dominio del error, su ilustración es fácil: mas, esa clase pobre, sumida en el barbarismo o la prostitución, esa no se arrancará de ese estado sino con más trabajo y perseverancia. La mujer tiene necesidad de aprender muchas cosas; al hombre le basta una carrera; pero ella tiene necesidad de prepararse para hacer el viaje sola o acompañada. En el primer caso tiene que ganarse la subsistencia si no es rica en el segundo, es el ministro de hacienda de su marido por que la economía de su casa es su renta más segura; ella es el médico de sus hijos, la providencia de la familia y debe poseer todas las habilidades domésticas que comienzan en el salón y terminan en la cocina. Si el marido se arruina, si cae postrado en cama ¿quién si no ella está destinada a tomar sobre sí la pesada carga de la subsistencia de todos?
La mujer desde sus tempranos años, es un chiche expuesto a las miradas de los curiosos… si hay quien se fije en él y pregunte su precio; bien; si a nadie llama la atención, entonces paciencia, esa pobre no tiene porvenir, ni familia… ¡Nos está vedado amar por nosotras mismas, nuestra preferencia solo se pronuncia cuando ha sido solicitada…pero ay! de la mujer que fija sus miradas en un hombre distinguido y amable! ¡ay de aquella que sin recordar su condición de chiche se permite, el derecho de amar!…
En la vida de la mujer, donde el amor es todo, el matrimonio es el paraíso o el infierno, la vida o la muerte, el apogeo de la felicidad humana o la condenación a cadena perpetua. Después del matrimonio — la familia. Es decir, el complemento de la dicha o la compensación de la desgracia.
La mujer es un mito en la humanidad: Dios ha puesto en su corazón el ideal del amor que no existe sobre la tierra; madre, esposa, hermana, ha nacido para mártir; su abnegación jamás llega a ser comprendida; madre, sus hijos le traspasarán mil veces el corazón sin sospecharlo; novia, ella ofrece la esencia divina de su alma al hombre; esposa, ¡cuántas decepciones la esperan! ¡Qué hombre la elevará tanto en su respeto y será sincero y sin límites en su amor!
La mujer, pues, no tiene un amigo más leal que el libro; él será el compañero y el consolador de sus males; él calmará su pesar de un modo más radical que los banales consuelos que no llegan hasta su corazón dolorido. La mujer que lee y ama la lectura luchará mejor contra el infortunio, contra esos dolores agudos que saben quebrantar las fibras de los corazones más firmes.
Habituémonos a la vida intelectual, un día u otro la preocupación que nos cierra las puertas de las bibliotecas se quebrará y el sentido común demostrará que así como es libre la entrada a los templos, a los teatros, a los bailes y la concurrencia a los paseos, así nada tiene de subversivo a la moral que las señoras frecuenten las bibliotecas, como sucede en todas partes del mundo civilizado.
El siglo nos viene empujando, así es que las necesidades nuevas, vienen exigiendo habilidades de otro género también. Las mujeres necesitan ocupación con que ganarse la vida; y la vida es hoy muy cara, muy difícil, el alquiler de las casas muy alto; la mujer no está habilitada a luchar en este torneo diario, sino fuese un verdadero pugilato para alcanzar un pedazo de pan y un techo.
Siéntese instintivamente que hay necesidad de preparar la mujer para una educación más elevada para las necesidades de la vida moderna, qué puede hacer la mujer en nuestra sociedad, además de coser y enseñar en las escuelas, esto en una época en la que se centuplican los telégrafos, las imprentas y que la industria requiere de manos ágiles y delicadas para sus mil propósitos.
¿Por qué los Estados Unidos han hecho en menos de un siglo, más camino que la humanidad entera en 19 siglos? Debido a sus leyes; debido a la emancipación de la mujer; sobre todo porque ésta abarca de lleno la esfera de progreso, camina a la par del hombre en esa ancha y espaciosa ruta, lo secunda, lo ayuda y no por eso pierde su individualismo femenino.
Nosotros, a las orillas del gran Plata, entristecidos día a día por males sin cuenta, nos preguntamos, de dónde vendrá el remedio. ¿Del legislador? ¿De las costumbres? ¿De la educación? ¿Del convencimiento general de los espíritus? ¿Convendrá hablar? ¿Convendrá callar?
Si la mujer en esta parte de la América no estuviese condenada a la vida vegetativa. Si el haber nacido mujer no inhabilitase para ejercer cargos públicos aun secundarios en la educación, yo también creo que hubiera podido con mi actividad: y mi sana intención de obrar bien, ser útil a mi país y dar a las nobles facultades que he recibido del Creador, aquel empleo propio para el cual fui dotada por el Altísimo. Pero las preocupaciones o quién sabe que fatalidad se atraviesan en mi camino.
Mi palabra es oída, mi laboriosidad está reconocida; pero no hay espacio en la esfera de la acción. A mí se me consulta, es verdad, pero a la vez se me deja en la inacción y se entregan las escuelas a hombres que no solo ignoran lo que son escuelas, sino que son indiferentes a la causa de la educación. Son hombres, y yo soy mujer.
Veo el naufragio de mi raza y no puedo cerrar los ojos para engañarme a mí misma… Me tocó ser sola en mi época, así habrá convenido. La emancipación moral e intelectual de la mujer está muy lejana…El principio del fin, no lo alcanzaremos nosotros, porque su raíz está en la educación.
Llegará un día en que el código de los pueblos garantizará a la mujer los derechos de su libertad y de su inteligencia. La humanidad no puede ser retrógrada. Sus tendencias son el progreso y la perfectibilidad; por eso la mujer ocupará el lugar que le compete en la gran familia social.
Selección de textos de Juana Manso sobre la emancipación moral e intelectual de la mujer en conmemoración al Día Internacional de la mujer, 8 de marzo de 2024.